PERMITIDO BAÑARSE
- Micaela Chutrau
- 2 abr 2017
- 4 Min. de lectura
Iguazú: tierra colorada, tierra húmeda, tierra verde; hogar de una de las maravillas del mundo. No vengo aquí a hablar de las Cataratas del Iguazú, no por que su majestuosidad no me halla impactado: cuando se corrieron las hojas y asomaron bajo un

eterno arco iris sentí que podría quedarme ahí mirándolas con la boca abierta todo el día. Que pequeño puede sentirse uno ante la imponente naturaleza, que imposible es describir el revoloteo de mariposas que me generó tenerlas en frente mío. La razón por la que no quiero hablar de ellas es por que no hay nada en mi experiencia recorriendo el parque que considere única: circuito grande, circuito chico, ver las cataratas de distintos ángulos, admirar las mariposas, evitar el bote por los excesivos precios, tomar el tren hasta la impresionante Boca del Diablo. Lamentablemente incluso estaba cerrado por reparaciones el Sendero Macuco, donde si uno va por la mañana puede encontrarse con monos bailando en las alturas. Es un parque con senderos claros, flechas que te indican a dónde ir y toda una experiencia que, por más que sea fantástica, ya alguien la planeó con anticipación. Mi único comentario fue una crítica al hecho que no se pueda pagar con tarjeta en la entrada (mientras que sí se puede usar tarjeta adentro del parque). El único comentario de N fue "deberían haber hecho un parque de agua, no un millón de senderos señalizados". Tampoco vengo acá a hablar de la Triple Frontera, la cual considero muy poco memorable. Aunque sea una actividad que hay que hacer, no es más que una caminata cerca del atardecer hasta una esquina desde la que se ve un río y dos pedazos de tierra verde. "Eso es Brasil, eso es Paraguay", y eso básicamente resume la experiencia. Ni siquiera vengo a hablar de las buenas opciones gastronómicas que ofrece el pueblo o a adular la vida nocturna. No, hoy vengo a hablarles del Salto Mbocay, una cascada escondida en la jungla misionera, un secreto de los locales. Escuchamos hablar del Salto Mbocay gracias a Manuel, el dueño del Hostel 10 en el que nos hospedamos durante los diez días que Iguazú nos secuestró. Nota: Dificilmente menciono o recomiendo hostels, pero creo que este vale la pena: por apenas 8USD (que en precios argentinos es una locura) uno puede dormir cómodamente en un gigantesco altillo (las palabras "cuarto de 28 personas" dan miedo, pero creo que nunca conté con tanto espacio) en una casa que cuenta con pileta, ping pong, cancha de tennis, terraza y, sobre todo, el mejor de los anfitriones.
Manuel nos explicó que si nos tomábamos un colectivo, escalábamos algunos lugares en la selva y evitábamos perdernos nos encontraríamos con una gran cascada con pileta natural que no contaba con ninguna infraestructura y en la que que podíamos nadar gratuitamente. Al día siguiente, fuimos a la oficina de turismo de Iguazú para preguntar qué colectivo tendríamos que tomar. "No vayan para ahí, es peligroso" nos dijo el encargado, pero tras nuestras insistencias nos dio las instrucciones. Caminamos hasta la parada y esperamos. Dato: el colectivo para ir al salto pasa en un horario poco estricto, uno puede llegar "a tiempo" y encontrarse esperando como dos horas, asi que es bueno llevar algo para hacer en la parada. Nuestra táctica siempre es sentarse en el piso y jugar a las cartas. Tras un viaje movido de 20 minutos nos vimos alejados de la parte turística de Iguazú: en la ventana brotó tanto una excesiva vegetación como unas casas muy precarias. El colectivo frenó en una calle de tierra, la última parada, y nos paramos antes de verlo pegar la vuelta. Una vez ahí, es necesario caminar unos pasos antes de ver un pequeño cartel pintado en madera que indica doblar a la izquierda para seguir un pequeño sendero. Para este momento, cuando uno divisa el arroyo, la aventura ya comenzó, y el "sendero" de tierra colorada nos llevará siguiendo el arroyo entre la vegetación. Al poco tiempo será necesario cruzar el arroyo, para lo cual será necesario sacarse los zapatos y caminar, lentamente para no

resbalar por la corriente, por el agua. Es normal encontrarse con locales, los cuales frecuentan bastante el el Salto con una audacia que te hará sentir inútil, los cuales ofrecerán ayuda. Nota: Llevar puestas zapatillas implica tener que ponérselas con los pies mojados y sucios de tierra; llevar sandalias implica más dificultad para cuando el sendero se vuelve empinado. Esta en uno decidir. Tras el cruce del arroyo aparece un primer salto, que aunque resulta hermoso, la pileta que posee para nadar es rocosa. Uno puede quedarse disfrutándolo, pero para llegar a la verdadera cascada hay que continuar camino. En esta parte, el sendero adquiere su mayor dificultad: es necesario trepar aferrándose de las plantas e intentar no resbalarse con la tierra húmeda. Pero tras un paseo por las alturas todo pasa a valer la pena: se corren las hojas y aparece el Salto Mbocay. Para este punto las actividades parecen obvias, dejar las cosas y sumergirse o animarse a trepar la cascada por el costado. Esta actividad parece complicada, e implica un riesgo ya que el lugar no cuenta con infraestructura o cuidadores, pero es más fácil de lo que parece y los niños locales lo hacen todo el tiempo. Otra recomendación es, en caso de que uno quiera nadar, meterse desde la parte derecha (mirando la cascada) de la pileta natural, ya que esta frente a esta se encuentra llena de rocas. La primera vez que visité el Salto el mismo estaba lleno de locales, pero llegar y nadar en él aún así fue una buena experiencia. La segunda, en la que fuimos N y yo con cinco amigos más no había nadie. Nos metimos debajo del chorro, saltamos de las rocas, escalamos la cascada y almorzamos disfrutando de la vista y esa magia que envuelve a un lugar cuando, por la falta de turistas, se siente propio.


Commenti