CRÓNICAS DE UN RITUAL DE AYAHUASCA [Salento, Colombia]
- Micaela Chutrau
- 29 abr 2018
- 12 Min. de lectura
¿Qué es el Ayahuasca? Para aquellos que jamas se aventuraron por el mundo de los shamanes y los alucinógenos fuertes la palabra quizás solo les suene como un traba lenguas. Para aquellos que viajaron por Sud América y conversaron con otros viajeros quizás les recuerda a aquella droga que alguien en una historia tomó y vomito luego de tener malas alucinaciones. Para mí siempre pareció ser una sustancia misteriosa, acercada a una connotación sagrada mucho más de lo que cualquier símbolo religioso alguna vez me haya parecido. De todas las experiencias que ofrece Sud América esta es la que resuena en todos los hostels una y otra vez: es que el Amazonas es grande, y el secreto que oculta hace años no ha sido escondido muy bien de los bolsillos de los gringos. Para el momento en el que, mirando el techo de aquel hotel de Quito, discutimos con N la posibilidad de subirnos a esta montaña rusa ya había escuchado lo suficiente sobre este ritual como para decidir que quería averiguar de qué se trataba. El ayahuasca, a nivel químico, es DMT. Una droga de la familia de los alucinógenos, que tiene la particularidad de encontrarse en casi todas las cosas vivas del planeta tierra. Nuestro cerebro mismo, han descubierto los científicos, libera una dosis muy fuerte de DMT en los segundos antes de morir. Esto significa que el cielo o el infierno pueden solo ser el interior de nuestras mentes, repotenciadas, durante lo que se sentiría como una eternidad. A nivel espiritual la historia es distinta. El DMT no puede ser consumido de manera oral por que nuestro cuerpo lo destruye con el enzima MAO (monoamino oxidosa). Sin embargo, hace cientos de años (la primera documentación es de 1637 por los españoles), los pueblos originarios del Amazonas descubrieron que mezclado una planta que contuviese concentraciones de DMT con un inhibidor del enzima MAO (tradicionalmente encontrado en otras plantas, como Banisteriopsis caapi) se creaba un té de sabor fuerte que prometía revolver el estómago, pero que minutos después compensaría llenando la mente de colores. El ayahuasca se convirtió en parte de la cultura religiosa de estas tribus, las cuales realizaban una ceremonia para ingerir el té y conectarse con la madre naturaleza (o Pachamama). Esto no es algo que no exista en la cultura occidental, donde diferentes alucinógenos (como el LSD) son utilizados por personas (cuando no están siendo abusados) para expandir la mente y llegar a un estado meditativo. La diferencia es que el Ayahuasca tradicionalmente tiene alguien quién dirige la ceremonia: un Shaman que le dedica la vida a su rol de la misma manera que un pastor se la dedica a la iglesia. Él será el encargado de lavar las malas energías, calmar a cualquiera que sea sobrepasado por sus pensamientos y cantar las canciones tradicionales. Una vez que él muera, su hijo, que probablemente habrá participado de las ceremonias desde pequeño, tomará su lugar. Y claro, cuando tomamos la decisión de tomar Ayahuasca podríamos haber alquilado un cuarto de hotel, encargado un litro de la sustancia y probado la experiencia aquella misma noche. Pero si íbamos a elegir probar este camino, no había razón para no hacerlo de la forma en la cual sus creadores habían decidido hacerla.

El primo de N estaba en crisis; aunque vivía en Sydney, una de las ciudades más bellas del mundo, donde lo contenían un buen trabajo, inversiones, una novia y un grupo de amigos tenía un problema: era increíblemente infeliz. Tenía todo lo que alguna vez había creído que le permitiría alcanzar la felicidad con tan solo 28 años, pero aún así no podía contener las lágrimas sin lograr descifrar lo que lo hacía llorar. En este estado escuchó por primera vez las palabras Ayahuasca, y venían de la mano de una historia de como tantos la habían usado para reflexionar sobre sus vidas y realizar un cambio. Era una de esas experiencias “que te cambian la vida”, y Ari necesitaba un cambio antes de que terminara de ahogarse. Se contactó con N y le propuso que nos reuniéramos con él en Colombia, ya sea para un reencuentro o para también acompañarlo en la ceremonia.
N y yo no estábamos en crisis; veníamos evadiendo el Ayahuasca durante todo nuestro viaje. Nadie jamás nos la había ofrecido, pero sabíamos que no sería difícil de encontrar. En ciudades como La Paz o Cuzco incluso había carteles publicitarios pegados sobre las paredes que prometían rituales autóctonos. Ese es el primer problema con el Ayahuasca: su popularidad ha abierto un mercado extenso para múltiples estafadores, que se hacen pasar por shamanes para cobrarle unos buenos dólares a los turistas. Esto ha llevado a varios accidentes y malas experiencias (los alucinógenos en el contexto equivocado pueden provocar ataques de pánico o, llevado al extremo, brotes psicótivos), además de la decepción de estar siendo estafado. El primo de N tenía un contacto con un shaman llamado Carlos, quién vivía en Armenia, una pequeña ciudad cerca de Salento. Salento era un pueblo cafetero, conocido por el Valle de Cocora (donde habitan las palmeras más grandes del mundo); uno de los tantos destinos mochileros de este bello país. El segundo problema es el por qué. Generalmente, es importante llegar a la ceremonia con una pregunta sobre la que se intenciona meditar hasta ser iluminado con una respuesta. N estaba en paz con todas las decisiones que había tomado en su vida, pero quería probar cuestionarlo todo una vez más. Yo acababa de tener un año hermoso pero pesado: había abandonado una vida entera, un futuro planificado, un grupo de gente que amaba con relaciones cultivadas hace años solo para perseguir un horizonte que parecía no terminarse nunca. Quizás probar una experiencia que prometía mucha auto reflexión era exactamente lo que necesitaba.
El primer paso a tomar para prepararse para el ritual es cortar todos los malos hábitos. El cigarrillo, el alcohol y el sexo son los

primeros en desaparecer, solo para ser seguidos por una dieta sin azucar, sal, aceite, algunos vegetales (como la palta), carnes o quesos. Las redes sociales deben limitarse al mínimo, el contenido de media debe ser eliminado (adiós Netflix) y se recomienda pasar bastante tiempo meditando, particularmente sobre tu por qué personal. Existen varias versiones sobre estas dietas, generalmente una vez que se reserva la ceremonia el mismo shaman mandará las instrucciones. La dieta se comienza generalmente de una semana antes de la ceremonia a tres días (parte de la idea es limpiar el estómago, dada las fuertes nauseas que produce el té). Nosotros recreamos estas restricciones basándonos en información que leímos en internet y aunque quedaba un mes hasta que llegásemos a Salento decidimos que no había razón para no empezar de inmediato. Carlos, en la carta que nos envió semanas después, no dijo nada sobre la palta o Netflix, pero no me arrepiento de haber sido estrictos con nuestra limpieza de cuerpo y mente. Después de todo, este era la primera “limpieza” de la que jamás habíamos participado. Los días que le siguieron a mi decisión de tomar Ayahuasca fueron una experiencia tan enriquecedora como la ceremonia en sí. A pesar de encontrarnos viajando por el norte de Ecuador y el sur de Colombia nos pasamos la mayor parte del tiempo estudiando y meditando. El almuerzo y la cena se llenaron de verduras hervidas, huevos duros, maicena y lentejas. La noche que llegamos a La Serrana, aquella estancia entre dos valles que sería nuestro hogar por las próximas semanas, nos permitimos comer el pollo con hongos y puré de zanahorias que habían cocinado con los productos de la huerta. No me pude concentrar durante toda la cena: estaba fascinada con el estallido de sabores que había en mi boca. La estancia no solo valía 9USD por noche, organizaba un fogón, yoga y tenía una familia de cabras viviendo en la granja trasera; si no que discretamente podían darte información sobre el ritual de Ayahuasca. Al preguntar en la recepción, a pesar de no haberlo visto promocionado en ningún lado, inmediatamente nos entregaron una carta con instrucciones del mismo Carlos y un número de teléfono. La meditación me llevó a explorar rincones de mi mente a los que quizás, debo admitir, les tenía un poco de miedo. Me encaré a mis peores temores y me los quedé mirando a los ojos, desmembrándolos hasta sentirme cómoda con ellos. Aquel sábado cuando caminamos hasta la estación y abordamos el pequeño colectivo blanco que nos llevaría a la ciudad de Armenia (pueden encontrarse facilmente en a calle principa), estaba segura de que no había nada que el Ayahuasca pudiese mostrarme que pudiese asustarme; y aún si lo hacía era perfectamente capaz de solucionarlo. Estaba en paz. Habíamos ayunado durante la mayor parte del día, tal como se nos había instruido, pero de alguna manera las carreteras colombianas consiguieron revolverme el estómago. Una vez en la ciudad, tomamos un colectivo tal como las instrucciones lo habían indicado. Lentamente comenzamos a alejarnos más y más del centro, el exterior del colectivo envuelto por la oscuridad del comienzo de la noche. ¿Cómo íbamos a encontrar la casa de Carlos? Notamos pronto que uno de los locales, que viajaba con sus auriculares de pié, no paraba de observarnos. Es verdad, tres gringos sosteniendo bolsas de dormir alejados de una zona turística en Colombia llama la atención, pero este hombre parecía querer hablarnos. No recuerdo quién pronunció el primer “hola”, pero terminamos descubriendo que nuestro compañero de colectivo no era otro que el hijo de Carlos, quién no solo nos ayudó a llegar con facilidad a su casa, si no que nos compartió sus perspectivas. A pesar de ser un estudiante de abogacía desinteresado en continuar con el rol de Shaman, había practicado Ayahuasca desde los 12 años, un viaje sobre el que solo recuerda ver una estrella brillante permanentemente en el cielo. Todos los fines de semana regresaba a casa de su padre para formar parte del ritual, y una de esas bellas coincidencias de la vida lo había puesto en nuestro camino. Bajamos del colectivo para caminar por una calle oscura hasta llegar a lo que parecía ser una casa. Había un cuarto grande, lleno de mantas de yoga en el piso y bolsas de dormir semi abiertas. Una decena de locales, con algunos turistas, estaban sentados en grupos o por su cuenta a lo largo del salón. En el centro había un par de sillas, algunas de ellas ocupadas, que formaban un pasillo que conducía hasta quienes parecían ser los ayudantes del Shaman. Estas personas eran tanto voluntarios (quienes según tengo entendido, se ofrecían a ayudar a cambio de acomodación y participación de las ceremonias) como miembros de la familia de Carlos, y se los podía distinguir por sus túnicas blancas. Uno de ellos llevaba un tocado de plumas en la cabeza y el rostro arrugado por los años: debía tratarse del padre de Carlos, aquel a quién su hijo había reemplazado liderando la ceremonia.

Viajar te hace aprender que es mejor nunca tener expectativas, pero me resultaba difícil no ser escéptica sobre la idea de un shaman. Nunca había sido educada de una manera religiosa, por lo cual siempre he mirado todo lo que tantos consideran sagrado de manera curiosa y con respeto, pero siempre como algo ajeno. He entrado a algunas iglesias o templos y sentido una energía particular, pero siempre he dudado si esto acaso es mi percepción del lugar resultando de mi estado emocional. Pero cuando el Shaman Carlos nos dió la bienvenida personalmente no tuve dudas de percibir algo poderoso. Era una energía, algo inexplicable que tienen algunas personas, pero este hombre emanaba luz. Le comunicamos lo que queríamos conseguir con esta ceremonia y nos sostuvo uno por uno las manos. Luego se nos pidió que prosigieramos a las camas del fondo y nos recostaramos. No se si fue por que le caimos bien al hijo de Carlos, pero nunca se nos explicó por qué nosotros tres estábamos sobre colchones, en un área aislada, mientras que el resto de las personas tenian mantas en el suelo comunal. Tampoco teníamos ningún problema con esta situación: parte de mi razón por postergar el Ayahuasca había sido no querer ingerir un alucinógeno poderoso rodeada de extraños, asi que esto solucionaba el problema. Durante los próximos minutos vimos como uno por uno todos los invitados se acercaron a Carlos y dejaron que les sujete las manos. Una chica en particular me llamó la atención: hablaba con dificultad y solo podía caminar si era acarreada por sus padres. ¿Vendría aquí a curarse?
Pronto comenzaron a sonar los tambores y el cuarto se llenó de humo: los voluntarios de túnicas blancas se paseaban con pasos lentos, agitando en sus manos un péndulo encendido. Carlos se paró en el centro y pronunció unas palabras. Su voz llenó la sala, hablando del poder de la naturaleza y de los espíritus que hoy limpiarían nuestras almas. La música se convirtió en un canto antiguo que parecía provenir de las víseras de todas las gargantas que lo pronunciaban. “Ayahuasca, ayahuasca, viajecito, viajecito, muy muy lindo” cantaban mientras N, Ari y yo observábamos. Se formaron dos filas: mujeres y varones. Por esas reglas de la vida me tocó llegar primera. El shaman Carlos vertió una cucharada de un líquido oscuro sobre un pequeño recipiente de cerámica y lo mezcló con otro antes de bendecirlo. Cerré los ojos, respiré profundo y tomé hasta la última gota. Es como tragar madera y tierra. Una madera amarga y de sabor tan fuerte que te revuelve la boca del estómago; pero es tomable. Con la boca funcida caminé hasta mi bolsa de dormir y me acosté. Cerre los ojos una vez más, ansiosa, nervioso por lo que mi mente desearía mostrarme. Sin embargo, aunque intentaba concentrarme, todo lo que podía sentir era un malestar horrible en la panza. Esto no era sorpresa: el Ayahuasca es conocida por producir un vómito fuerte antes de comenzar a dar efecto. Esta es parte de la razón de la dieta: si uno no ayuna o se cuida los días antes al consumo, lo más probable es que se pase todo el ritual abrazado al inodoro. Mis entrañas se retorcieron por varios minutos, el sonido de los tambores mezclados con personas vomitando sirviéndome de fondo. Eventualmente no aguanté más las nauseas y corrí al baño. En ese instante sentí el sabor más horrible que hasta hoy en día he probado salir de mi boca como un proyectil. El vómito continuó durante unos cinco minutos, cada arcada ardiendo más que la anterior, pero antes de que me diese cuenta todo había terminado. Sintiéndome renovada, caminé lentamente hasta mi cama y me deje caer. Cerre los ojos una vez más, esta vez envuelta en una paz indescriptible. Del otro lado de mis pupilas se escondían todo tipo de patrones que dibujaban plantas, lagos, montañas y hadas del bosque. Las formas cambiaban una y otra vez, nunca repitiéndose, como un caleidoscopio eterno de colores. Todo estaba bien. A las tres de la mañana, una mano me agitó la pierna y me hiso abrir los ojos. “¿Esta todo bien?” me preguntó una de las voluntarias. ¿Cómo le explicaba a esta mujer que acababa de tener el mejor sueño de toda mi vida? Ahora que lo pienso, quizas pocas personas podran entender estas sensaciones tanto como ella. Decidí quedarme despierta por que pronto el shaman ofrecería una segunda dosis. Noté que los tambores todavía continuaban sonando: la familia había estado despierta durante todo este tiempo, cuidando nuestras energías. Cuando llegó el momento de tomar nuevamente la medicina (como le decía Carlos), me tome un momento para hablar con el shaman. “Solo estoy viendo hadas y duendes, no se lo que significa” le dije. “Significa que ya has combatido tus demonios, y la Naturaleza te esta recompensando por tu valentía” me dijo. Estaba anonadada: Carlos no sabía nada sobre mi extenso mes de meditación, y aún así era esto a lo que exactamente se estaba refiriendo. Tomé el té de nuevo y volví a vomitar, esta vez dió menos miedo. Continuaron bailando frente a mi las hadas, los árboles y los duendes; y estoy seguro que ellos me acompañaron hasta que llegó la mañana.
Despertamos sintiéndonos renacidos: nada había cambiado ni para mi ni para N, pero ambos estábamos en paz. Ari había vivido

una aventura completamente distinta: el ayahuasca le había traído recuerdos vivídos de su infancia, le había recordado cuando en realidad era feliz, y lo había convencido de que el cambio drástico no podía esperar. Esa misma noche, tras haber llegado a Colombia con la intención de viajar por solo un mes, Ari llamó a Sydney para cortar con su novia. Al día siguiente renunció a su trabajo. Al otro llamó a su mamá, y le aviso que no planeaba regresar a Australia. No volvió a pisar Sydney hasta diez meses después tras tomar un vuelo desde México, con toda Centro América ya recorrida. Aprendió a vivir en el momento y a ser completamente feliz independientemente de todas sus posesiones materiales, y hoy se encuentra planificando diferentes proyectos que nunca hubiesen aparecido en su vida anterior. ¿Podría Ari haber llegado a esta conclusión sin consumir Ayahuasca? Probablemente, pero el hecho de que esta experiencia le haya dado la fuerza para tomar este salto no significa poco.
El Ayahuasca a mi no me cambió la vida ni fue la experiencia más fuerte que he tenido en todo este largo camino, pero mentiría si diría que no fue memorable. Tanto la preparación como la ceremonia en sí, más allá de ofrecer la entrada a una cultura completamente ajena, me permitió reflexionar sobre mi misma y adquirir una paz conmigo misma que nunca antes había experimentado. Se que la gente tiene ideas encontradas con los alucinógenos: algunos los ven como una herramienta para expandir la mente y otros lo ven como una droga (y la droga por definición para ellos esta mal). No estoy aquí para argumentar a favor de ninguna de estas posiciones, solo estoy aquí para comentar una experiencia que yo, como tantos otros viajeros, tuve el honor de compartir en mi camino por América del Sur. Sin embargo, si les interesa la auto reflexión o sienten que necesitan un cambio en su vida, no esta mal considerar este método como una alternativa. Si no pregúntenle a Ari, que hoy tras su viaje de la mano del señor Carlos, es un hombre nuevo. Un hombre feliz.
NOTA: Al no tener imágenes de la ceremonia o del proceso, las fotos de este articulo son una combinación de fotografías tomadas por mi en Salento (el pueblo en el que mas tiempo pasamos preparandonos para Ayahuasca) y los espectaculares cuadros de Chalermchai Kositpipat. Este ultimo es la mente y las manos detrás del White Temple de Chiang Rai, Tailandia (fotografías del mismo pueden verse en la gina de inicio). Resulta cómico que estando del otro lado del mundo fueron las imágenes de su museo qupae me inspiraron a escribir este articulo
Comentários