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CIFRAS

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Fecha de inicio: 0ctubre 2016

Fecha de final: ?

Participantes: 2 (sujeto a cambio)

Edades: 23 y 25 (20 y 22 en e comienzo)

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Paises recorridos: 15

Paises viajados a dedo: 6

Mochilas: 4 (dos grandes, dos chicas)

Carpas: 1

EL VIAJE

LISTA DE PAISES

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Uruguay

Argentina

Chile

Bolivia

Peru

Ecuador

Colombia

Australia

Malasia

Tailandia

Singapur

Indonesia

Laos

Cambodia

Vietnam

04/05/2018

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Nunca planeamos el viaje. No hubo tiradas de mapas sobre el suelo, trazados en lápiz a lo largo de ningún continente, o discusiones extensas a la luz de las velas sobre qué país visitar en qué orden. No hubo análisis de rutas o investigación sobre los lugares a visitar. El viaje tiene vida, y la tuvo desde el comienzo, mutando bajo la magia de la incertidumbre, con sus caminos decididos de la mano de la conveniencia, las visas, las visitas y todas esas fuerzas que hacen a los ricos en tiempo mover de un lado para el otro del plano. No se si el viaje comenzó años atrás en aquella vacación a Galápagos, donde conocí a los primeros viajeros. Semanas después cuando comencé a devorar cuanta nota periodística o blog sobre mochileros que encontraba. Años después cuando planifiqué viajar a Bolivia pero terminé en Londres visitando a mi mejor amigo. Semanas después de eso cuando, caminando empapada y somnolienta a las 9:00am por Irlanda del Norte, Belfast, le pedí indicaciones a un chico australiano. Este chico ya había visitado el Sudeste Asiático, Iran y Europa en el último año. Este chico también probó estar lo suficientemente loco para decir que sí cuando le sugerí que Argentina fuese su próximo destino y sí una vez más cuando le dije que el Mundo fuese el que venía después de eso. ¿Habrá comenzado entonces el viajes cuando, nerviosa y todavía sin poder creerlo, falte a la facultad aquel jueves para buscar a N del aeropuerto de Ezeiza?

 

N se instaló en la casa de mi abuela, con planes de estudiar castellano y viajar conmigo en el futuro. Yo intenté enfocarme en un título que cada día tenía menos sentido. Los planetas alineados para finalmente poder cumplir aquel sueño que se venía sembrando desde años atrás eran demasiados como para ignorarlos. Tenía la compañía, el tiempo, la edad, el dinero, la energía y las ganas de hacerlo ahora mismo; pero la sensatez indicaba que era mejor terminar la carrera ahora, hacer un viaje después. Por que el viaje, si sucedía, no podía ser otro que uno de final abierto (si tenía las agallas para animarme a hacer esto, tenía que hacerlo bien.) La vida tiene demasiadas maneras de asegurarse que nunca sea el momento perfecto para hacer cualquier cosa arriesgada que deseamos, y asi llega la muerte sin que hayamos hecho nada. “Solo toma una decisión y todo saldrá bien” me dijo N. Estaba decido entonces: nos íbamos.

 

La decisión estaba tomada pero la pregunta siguiente era aún mayor: ¿a dónde? Los caminos de Buenos Aires a Sud América se disparan en cientos de direcciones diferentes. ¿Volar a Colombia y bajar hasta Buenos Aires, la vuelta a casa? ¿Uruguay y después Brasil? ¿La ruta a Chile? Corría el frío mes de octubre y las fiestas de repente parecían estar a la vuelta de la esquina: si nos íbamos ahora, igual preferíamos volver a Buenos Aires para festejar la Navidad con mi familia. Asi que el día que decidimos irnos lo más sensible pareció ser “cruzar el charco” a Colonia Suiza, Uruguay. Un remis nos dejó en el puerto y ahí mismo compramos los pasajes y nos fuimos. El viaje tenía un plan: recorreríamos Uruguay, cruzaríamos a Iguazú, Brasil y vuelta a Buenos Aires.

Una vez envueltos en la paz del Uruguay arrancamos a mirar pasajes de colectivos, solo para confirmar que los precios exuberantes del sur de America no nos gustaban ni un poquito. La solución fue simple: dos días después estábamos parados frente a la ruta N1, con un cartel que leía “Montevideo” en marcador negro. Asi comenzó el recorrido a dedo por la costa uruguaya, que nos vió pasar por Punta del Este, Cabo Polonio, La Paloma y Salto. En algún punto de ese camino descubrimos que N necesitaba una visa de 250USD para cruzar a Brasil, asi que lo que pasaría después de Iguazú resultó ser un misterio. Desde el pueblo de Salto, después de haber cubierto 800km a dedo en un día cruzamos de vuelta a Argentina. Tomamos un colectivo nocturno y antes de que me diese cuenta estaba amaneciendo en Puerto Iguazú, hogar de las famosas cataratas. Diez días después había que volver a improvisar, asi que volvimos a extender los pulgares.

Hacer dedo por Misiones nos hizo terminar en Posadas, hospedados por unos chicos que nos habían levantado intentando llegar a Entre Rios. Eventualmente llegamos ahí cortesía de los pasajes de autobus que pagó mi padre, a quién íbamos a visitar. El mismo nos dejó en un peaje a las salidas de Paraná, listos para probar suerte llegando a Cordoba. Un mes después, luego de pasar una vez más por Paraná, aproveché el viaje para manejar el auto de mi hermana de vuelta a Buenos Aires, justo a tiempo para la Navidad.

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Arrancamos el 2017 mirando el Obelisco, con los fuegos artificiales iluminando la pregunta en nuestras mentes: ¿y ahora? Era una pena dejar la Argentina sin haberle mostrado a N la Patagonia, asi que le comenté mi sueño: “siempre quise hacer dedo hasta Bariloche” le dije. “¿Arrancamos mañana entonces?” fue la respuesta con la que me encontré.

Al día siguiente armamos las mochilas, ajustamos la carpa que había recibido para mi cumpleaños y nos fuimos; primero hasta Bahia Blanca, segundo hasta Plaza Huincul y tercero (con fiebre y frío, insolados tras una espera de cinco horas) hasta Bariloche. Siguió un mes de sobrevivir el verano en la Patagonia Argentina. La temporada alta sube los precios y baja las posibilidades de conseguir un colectivo, pero ningún costo parece alto cuando te envuelve la vista del Nahuel Huapi. Los pulgares nos llevaron hasta el Bolsón y a San Martín de los Andes, donde cruzamos caminando a Chile tras pasar por delante de una cola de 3km de autos esperando en la frontera.

Una pareja de profesores mayores de espíritu alegre nos dejaron en Pucón, hogar del volcán Villarrica. Para cuando llegamos a Santiago nos esperaba Derek, uno de los amigos australianos de N. Junto a él visitamos Atacama y compramos el tour a Uyuni, que nos vió terminar en La Paz a las 5am tras un espectáculo de colores y salares. Aquí hubo otro reencuentro esperado: tres amigos de Austria (Ana, Lenna y Clemens) que habíamos conocido en Iguazú nos esperaban en el hostel. La pareja se había convertido en un equipo, cuyo gran tamaño nunca fue problema para conseguir un taxi.

Los cinco comenzamos a subir por el continente. Copacabana, la Isla del Sol (que nos vió acampar en una playa desolada), Puno (donde visitamos la tribu flotante de los Uros), Cuzco, Aguas Calientes, Machu Picchu (¿hace falta incluir ponderaciónes?), y Lima. Aquí, en la capital de Peru, llegaron una por una las despedidas: Derek volvía a Australia y los tres chicos se iban a comenzar un projecto de Workaway. Uno por uno dijimos nuestros adioses, hasta que una vez más solo quedábamos N y yo.

 

Comenzamos a recorrer la costa peruana: Ica (el oasis de Huacachina), Trujillo, Paracas y Máncora, donde nos despedimos de Perú justo antes de que comenzaran las inundaciones que suspendieron los colectivos. Cruzamos a Ecuador, donde nos perdimos en el rafting y haciendo canyoning por las cascadas de Baños. En la ciudad de Quito, por cuarta vez, nos encontramos con nuestros amigos de Austria. Compartimos una escapada al hermoso pueblo de Mindo antes de tener que despedirnos, esta vez en el aeropuerto, de nuestros amigos. Viajar llena el alma, pero también constantemente rompe el corazón.

 

Cuando los chicos se fueron N y yo tuvimos una discusión seria: su primo, Ari, planeaba venir a visitarlos en Colombia, con el principal objetivo de tomar Ayahuasca. Esto no solo significaba tener que apurarnos para llegar al punto de encuentro, si no que por el próximo mes dejaríamos detrás la sal, el aceite, el azucar, la carne, los cigarrillos, las redes sociales y las relaciones a amorosas, dedicándonos a meditar y prepararnos para la experiencia. Decidimos aceptar el compromiso y tras una visita al pueblo de Otovalo cruzamos a Colombia.

Nuestro primer destino fue Popayán, pero no sin antes visitar la iglesia de Nuestra Señora de las Lajas en la frontera. Luego vino Cali con su salsa y finalmente llegamos a Salento, aquel pueblo cafetero en el que nos encontraríamos con el primo de N. Visitamos al Shaman un sábado en la ciudad vecina de Armenia, y al día siguiente le dimos fin a esta etapa del viaje, totalmente renovados.

Junto a Ari viajamos a Medellin, Santa Marta y Cartagena, donde nos visitó mi padre. Acampamos en Playa Blanca, hicimos snorkel en las Islas Rosario y visitamos Minca antes de instalarnos en Santa Marta por lo que sería un mes. Todo este tiempo lo vivimos en Drop Bear Hostel, cuyas instalaciones solían ser una de las mansiones de Pablo Escobar antes de convertirse en un hostel de dueño australiano.

En Santa Marta nos despedimos de Ari, quién continuaba su camino por Nicaragua hasta México. Había que volver a tomar una decisión: con toda Centro América mirándonos, lo más probable era que pasara más de medio año hasta que Australia fuese una posibilidad. N no veía a su familia hace ya dos años, y yo siempre había soñado con conocer aquella tierra de canguros y koalas. Comenzó así el proceso doloroso que es para una argentina conseguir la visa necesaria.

Tuvimos que dejar Santa Marta. No queríamos, pero corríamos contra el reloj: tras tres meses en Colombia la visa comenzaba a expirarse. El plan era volar a Australia, así que hicimos dedo hasta el aeropuerto más barato: Bogotá. En el camino paramos por San Gil, donde el mal clima no nos dejó practicar parapentismo. En la capital aguardamos escondidos en los colores del barrio La Candelaria. ¿Y si mi visa australiana no llegaba a tiempo?

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Llegó el día que debíamos salir de Colombia: a las seis de la mañana pedimos un taxi. Si la visa no llegaba no importaba, volaríamos a México y la esperaríamos ahí. Justo en el momento en el que el taxista quiso tomar nuestras valijas actualicé mi correo una última vez. Ahí estaba, las malditas palabras que estaba esperando hace un mes: “su visa para Australia ha sido aprobada”. Lloramos de la alegría: había un cambio de planes. 48 horas después estábamos en Sydney, con la mamá de N envolviendo a su hijo en un abrazo tras dos años sin haberlo visto.

 

Estar en Sydney fue como estar en casa: volvieron los amigos, los almuerzos familiares, las caminatas diarias por el vecindario, el vivir de un armario en vez de una mochila. El mundo de N me abrazó como una hija más desde el momento que crucé la puerta. Con la excusa de visitar amigos, tomamos el auto y nos fuimos a Cambrera, pasando una noche en una granja de un pueblo llamado Bungonia. Caminando aquella tarde por los eternos pastizales fue cuando divisé mi primera manada de canguros.

Pronto llegó una propuesta: el padre de N viajaba a Malasia con toda la familia paterna, y estábamos invitados. Los padres de N son de Iran, y, además de ser maravillosas personas, la cultura persa ya me había fascinado con sus bailes, comidas que te hacen agua a la boca y reuniones de los domingos (para mi sorpresa, comparten muchas similitudes con la cultura argentina). Fue difícil rechazar la experiencia de viajar diez miembros de su familia, y aún más difícil rechazar la oportunidad de finalmente pisar Asia.

 

Kuala Lumpur abrió las puertas al Sudeste Asiático, un lugar al que pensé que me tomarían muchos más años de vida llegar. Junto a la familia de N visitamos Penang, donde nos despedimos de ellos. Para este momento ya estaba claro que no volveríamos a Australia. Visitamos Lankawi antes de decidir volar a Tailandia, donde aterrizamos en el aeropuerto de Phuket. Ingresamos así en un mundo de playas paradisíacas, lady boys, monjes y templos magníficos. Koh Pi Pi, Ao Nang, Koh Phangan y Koh Tao fueron los siguientes destinos. Aquí, en el lugar más barato del mundo para bucear, decidimos sacar nuestras licencias SSI. Tras un par de amaneceres, tortugas y dolor de brazos eramos unos más de los tantos buceadores en la isla.

La mamá de N viajaba a Singapur por negocios, por lo que decidimos volar desde Koh Semui a Kuala Lumpur. Esta vez experimentamos la cultura de los hostels de la ciudad, antes de tomar un colectivo para cruzar la frontera hacia la ciudad futuristica. Pero no podíamos permanecer entre aquellos jardines electrónicos, esculturas gigantes y edificios modernos por demasiado tiempo: era momento de volver a Sydney.

Ya llevábamos viajando por un año, asi que comenzamos a cocinar un plan: podríamos volver a Argentina para que yo continuase mis estudios, hacer una pausa. La idea de dejar de vivir de una mochila resultaba acogedora, pero mientras las fecha se acercaba comencé a dudar. El guión indicaba que necesitaba un título universitario, pero la vida que deseaba indicaba un camino completamente diferente. ¿Estaba siendo inmadura? Tomando un salto tanto o más difícil que el día que dejé la Argentina le comuniqué mi decisión a N: no quería viajar a Buenos Aires, quería utilizar mi boleto a Bali.

 

Ingresar a Australia tiene como uno de sus requerimientos para argentinos un boleto de salida (me enteré de esto en el aeropuerto de Bogotá cuando no me permitieron hacer el check-in). En aquel hostel de Singapur había comprado el pasaje más barato que encontré: Denpasar. Pero para esto quedaba un mes que no era otro que el mes de diciembre, ese que crea los conflictos de organizar las fiestas. Durante toda mi vida había visto con mis abuelas el show de fuegos artificiales del Harbour Bridge, que los locales ahora me describían como “arrancar el año atorado en el tráfico”. Además, había pasado casi cuatro meses en Australia, y solo conocía Sydney y la capital. N tenía que quedarse en Sydney por cuestiones personales, pero no podía dejar que eso me detuviese. Decidida compré un pasaje a Byron Bay: pasaría las fiestas sola, pero conocería la costa este.

Pasé navidad en Byron, envuelta en goon (vino barato australiano), tambores, arena y amigos. Días después hubo que tomar una decisión: tenía un mes para llegar a Cannes y el autobus estaba completamente fuera de mi presupuesto. Luego de investigar un poco por mi cuenta tomé la mejor decisión posible: salí a hacer dedo una vez más, pero esta vez sola. No tardé en re-descubrir aquel mundo de casualidades y gente buena que me hizo querer perseguir la magia de la incertidumbre años atrás. De la mano de todos aquellos conductores que me ayudaron en Australia visité Brisbane, Noosa (donde recibí el 2018), Rockhampton, Airlie Beach, Townsville, Magnetic Island y Mission Beach. No logré llegar a Cannes por que decidí quedarme en compañía de una amiga, pero conseguí mi objetivo: 1737km recorridos sin tomar un solo colectivo.

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Volví a dedo hasta Townsville y un avión me devolvió tanto a Sydney como a los brazos de N. Días después estaba sufriendo una escala de 12 horas en Singapur, con destino a Indonesia. El primer lugar al que fuimos fue Kuta, de donde inmediatamente escapamos para buscar la calma de Canggu. Ahí comenzamos a alquilar motos, ya que era un medio de transporte conveniente por tan solo 5USD diarios. Viajamos al pueblo de Ubud, donde podríamos haber quedadonos la vida entera, y nos dirigimos a las islas Gili, en Lombok. Aquí, retratando las sonrisas de los indoneses comenzó mi romance con la fotografía, que hoy de a poco va mutando a una profesión. Luego de visitar Gili Air y Gili T la visa nos obligó a salir del país, asi que elegimos como destino Tailandia para coincidir con una nueva visitante: mi hermana menor llegaba desde Argentina al aeropuerto de Bangkok.

Mi hermana Mercedes trajo consigo el mate, el boluda que tanto extrañaba y recortes de lo que alguna vez había sido mi vida. Junto a ella exploramos Bangkok, los templos de Ayuthaya, Chiang Mai y Pai; el norte de Tailandia llegó a las expectativas que todos los viajeros de las islas en mi última visita habían prometido. Fue duro decirle adiós a Mechi aquella tarde en Pai, pero todas las cosas buenas tienen su fin. Ni N ni yo estabamos cansados de esta tierra de templos, elefantes y eternas colinas; por lo que extendimos nuestras visas (solo N tuvo que extenderla ya que Argentina tiene 3 meses en Tailandia).

Asi pasó un mes de rotar entre el bello pueblo de Pai y la ciudad amurallada de Chiang Mai, esta última siendo el lugar que elegimos para pasar el festival Songkran, en el que se celebra el año nuevo budista. Durante tres días el país entero explotó en una desalmada guerra de agua, donde no faltaron las risas o los baldazos de agua fría.

Una semana después cruzamos la frontera a Laos, donde nos quedamos un par de día disfrutando del pueblo fronterizo de Huay Xia. Tomamos un colectivo hasta Luang Prabang, en donde me encuentro ahora mismo escribiendo este resumen. Resumen de un viaje que se construyó empujado por fuerzas impredecibles, y que cada vez que su futuro se abre a discusión se disparan flechas en dirección a todos los rincones del planeta. ¿Cambodia? ¿Australia? ¿China? ¿Mexico? ¿India? Cada decisión que tomamos nos lleva al presente, pero hasta que no llega el momento de la decisión elegimos vivir en el momento. Somos esclavos de las visas y de nuestras decisiones, pero jamás de la rutina o del aburrimiento. En nuestro mundo no existen universidades prestigiosas o trabajos de corbata y traje, pero contamos con la sabiduría del internet y los testimonios de los increíbles autores que esconde; la sabiduría del camino eterno y la belleza que tiene el mundo. No sabemos a dónde vamos o en compañía de quienes llegaremos, pero si les puedo decir que con certeza pisamos en esta incertidumbre que abrazamos.

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