EL VALLE DE LA LUNA (San Pedro de Atacama, Chile)
- Micaela Chutrau
- 2 abr 2017
- 3 Min. de lectura
Antes, cuando me mencionaban las palabras "el desierto más árido del mundo" lo último que me imaginaba era lo que verdaderamente es San Pedro de Atacama. Piedras coloradas, gaysers, lagunas de sal, carnavales extraños, fiestas en el medio del desierto. De todas sus atracciones probablemente la más conocida es el famoso Valle de la luna, una extraña formación

rocosa en un parque nacional que puede ser accedido tanto por tour como por bicicleta. Debido a falta de tiempo (durante este periodo del viaje nos encontrábamos viajando con un amigo de Australia quién tenía pasaje de vuelta) y dinero esta fue la única maravilla que visitamos en los dos días que le dedicamos a este extraño lugar. Y la verdad es que, dejando de lado todo lo que odio de los tours, el Valle es por lejos uno de los lugares más bellos que he visto en mi vida.
Llegamos a San Pedro de Atacama en el famoso colectivo de la muerte de 22horas desde Santiago. Honestamente, no hay por qué temerle, preferiría este colectivo antes que cualquier colectivo de corta distancia en Bolivia o Perú donde los caminos están llenos de subidas y bajadas constantes. Una vez ahí, comienza la famosa travesía para contratar el tour a Uyuni por el precio más bajo, preguntando una por una en todas las compañías. Nosotros terminamos haciendo un trato por un precio bajo contratando de la misma compañía el tour a Uyuni como el del Valle, y a la tarde volvimos para subir a la camionetita que nos llevaría a travez de los 13km que separan San Pedro del parque nacional. El tour en sí, a menos en mi experiencia, no le agrega nada de información a la experiencia. La mitad de lo que la guía decía parecían mitos que de ninguna manera podrían haber ocurrido. Más que un poco de información sobre las minas de sal y las formaciones rocosas, este lugar es más para apreciar y disfrutar que para entender. Nuestro trayecto comenzó por adentrarse en el Valle, y poco a poco las extraordinarias formaciones rocosas que habíamos observado tras el cristal de la camioneta comenzaron a llenarse de motas blancas. Estas motas blancas, producto del mando de sal que cubre la superficie, se multiplicaron y multiplicaron hasta cubrir todo el paisaje, y para el momento en el que tuvimos que bajarnos del vehículo y caminar no sabía dónde estaba, pero si tenía que adivinar diría que era la luna. Siempre que me encuentro cara a cara con estas maravillas naturales me imagino el nudo en el estómago que deben haber sentido el primer par de ojos que se posaron en él; qué gran artista que puede ser la naturaleza. Caminamos por el camino de tierra, y entre las rocas gigantes una comenzó a hacerse notar: el Valle de la Luna cuenta con un Anfiteatro natural, que aunque es impresionante lamentablemente solo esta permitido observarlo en la distancia.

Continuamos paseando por el Valle, sobre el cual vale más mostrar imágenes que buscar descripciones inútiles en las palabras. La próxima parada fueron las Tres Marias, tres rocas que supuestamente representan (representaban, un turista derribó una, por supuesto) tres mujeres en distintas posiciones. Honestamente, no logré encontrar a ninguna de las tres en las formaciones rocosas, pero junto a estas hay otra roca que definitivamente parece la cabeza de un tiranosaurio rex. De ahí la próxima parada fueron las minas de sal, donde pudimos apreciar los restos de las viviendas de los obreros que en horribles condiciones alguna vez tuvieron que recolectar la sal de aquellas tierras. Por último llegó escalar los costados de la Gran Duna, una gigantesca montaña de arena, que no sé si verdaderamente cuenta si esta totalmente prohibido que nadie la toque. Finalmente nos llevaron a la última parte: la vista del atardecer. Este mismo es un espectáculo de colores y texturas que abrazan el Valle por completo, pero que resulta difícil disfrutar cuando hay 200turistas parados al lado tuyo. En el bus de vuelta no faltó el comentario de N, "deberían dejarnos rodar por esa duna, explorar ¿cuál es sino el punto?". Ese es el interrogante: ¿qué es mejor, proteger completamente lugares para preservar su belleza impidiendo a las personas disfrutarlo por completo; o arriesgarse a que estas las disfruten y posiblemente las dañen? Nada es para siempre, pero al mismo tiempo el hombre todo lo arruina; es una pregunta para la que todavía no encuentro respuesta. Sin embargo, parada desde lo más alto de aquella formación rocosa admirando la interminable majestuosidad del Valle, debo admitir que una parte de mi agradecía a los que estuvieron antes y lo respetaron la posibilidad de haber tenido la oportunidad de ahogarme en su belleza.

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