VIAJE A DEDO [desde el Obelisco hasta Bariloche]
- Micaela Chutrau
- 31 mar 2017
- 9 Min. de lectura
Antes de aquel caluroso día en el que caminé con N hasta las afueras de Colonia del Sacramento y extendimos juntos nuestros

pulgares al costado de la ruta por primera vez había leído múltiples artículos con consejos para hacer dedo. La presentación, la sonrisa, el cartel que lee una ruta cortada por la mitad y no el destino final. Parada sobre la RUTA 1 de Uruguay sosteniendo un cartel que leía "Montevideo" no hacia más que repetir nerviosa en mi mente todos estos consejos; pero desde el momento en el que el primer auto frenó y nos abrió las puertas descrubrí que el único consejo que se le puede dar a los que quieren hacer dedo es el siguiente: háganlo. El mundo es un caos de autos y camiones conectando todos los puntos del mapa, y a estos vehículos los manejan personas. Personas con perjuicios, personas con miedos, personas con experiencias pasadas. La persona que te quiere levantar, ya sea por que viajo a dedo en su juventud, por que nunca tuvo tiempo de hacerlo, por que necesita alguien con quien conversar en el camino, lo hará tanto si te paras o te sentas, estés de camisa o remera, adentro o en las afueras de la ciudad. Y lo mismo pasa con la que no, no importa que tan grande sea tu sonrisa con suerte alzaran los hombros con expresión de "no puedo" y sin suerte miraran para el otro lado de la ruta. Pero sobre todo, es importante recordar que no hace falta que frenen 200 autos: basta con que frene uno y que la persona detrás del volante tenga un gran corazón y una buena historia que contarte. Pues para eso viajamos ¿verdad? Se trata intercambiar perspectivas e historias.
Hoy la ruta uruguaya que me vió extender el pulgar por primera vez no es más que un recuerdo de meses atrás, y los carteles que he sostenido desde entonces han tenido todo tipo de destinos escritos sobre ellos. Dicho esto, vengo a contarles sobre mi viaje a dedo desde la Ciudad de Buenos Aires hasta San Carlos de Bariloche. Un viaje que tomó tres días, que lo hice acompañada, que sufrió lluvias, que lo hice con carpa y que lo pintaron algunos de mis conductores favoritos.
PARTE 1: C.A.B.A => Bahia Blanca
Bariloche es un sinónimo de mochilero desde que tengo memoria, y la fantasía de llegar a dedo desde la ruidosa Buenos Aires hasta sus bosques y lagos turquesas ha estado en mi lista desde que me monte una mochila. Me hablaron de rutas de Buenos Aires complicadas, de rutas en el sur que se vuelven mas fáciles, de autos que te levantan en un segundo. Mi experiencia fue totalmente distinta. El principal problema es naturalmente salir de la ciudad, para lo cual contábamos con varias opciones: tomar un tren a Chivilicoy, tren a Bahia Blanca, colectivo a Luján, etc. El tomar desiciones a último momento le agrega a un viaje la magia de la espontanidad, pero también le cierra la puerta a rutas mucho más rápidas o eficientes. En nuestro caso, esto habría sido el caso de un tren hasta Bahía Blanca, los cuales salen solamente los viernes y cuyos pasajes se agotan con facilidad. Sin embargo, siempre existen otras rutas, asi que aquel sábado de enero por la mañana optamos por ir hasta la Estación Constitución y tomar un tren hasta Cañuelas (el cual se conecta desde un tren hasta Ezeiza). La travesía en sí duró cerca de unas tres horas, y cuando llegamos al esperado pueblo lleno de asados y partidos de futbol contabamos con la transpiración en la frente y el sentimiento de haber completado una hazaña. Pero la realidad era que en el mapa solamente habiamos avanzado unos pocos kilometros: Bahía Blanca, nuestro primer objetivo, seguía lejos en la distancia. Nos cargamos las mochilas y comenzamos a caminar por el pueblo hacia la Ruta 3, haciendo dedo a los autos que cruzaban a pesar de estar lejos de cualquier lugar ideal para hacer dedo. Para nuestra suerte, un hombre no tardó en frenar y ofrecernos avanzar con él hasta el peaje en la ruta. Los peajes, las rotondas, algún rincón cerca de una loma de burro, un control policial: cualquier obstáculo que haga que los autos tengan que bajar la velocidad es lo que cualquier persona que hace dedo esta buscando. El hombre se apodaba el Puma García, y con la mitad de una botella cortada llena de licor amarillento nos llevó entre risas y chistes hasta el famoso peaje. Ahí al poco tiempo fuimos levantados por un nuevo personaje: un hombre mayor que manejaba una pequeña van e iba rumbo a Las Flores para un festival de artesanos. La

baja velocidad a la que manejaba (tardamos cerca de tres horas en viajar unos 100km) hacía difícil no tentarse a cerrar los ojos, pero sus historias sobre distintas fiestas a lo largo de Argentina y sus artesanías fueron suficiente para sobrevivir el viaje. Una vez en Las Flores nos agarro la lluvia, y no quedó otra que pararse al costado de la ruta con un paraguas en la mano. Había pasado casi un día entero, el sol se escondía en el horizonte ¿dónde estaba aquel manejante mágico que nos dejaría en Bahía Blanca? Tardó, tardó, pero eventualmente llegó a nuestras vidas: Ezequiel, un joven con casi todos los discos de Arjona listos en el estéreo, iba rumbo a Bahía Blanca para buscar a un amigo y volver hasta la ruidosa Buenos Aires esa misma noche. Nuestra travesía por el día casi terminaba, pero la de él apenas estaba empezando. Intercambiamos anécdotas, bebidas y comidas en el largo tiempo que duró el viaje por la ruta, y juntos vimos el sol terminar de esconderse para sumirnos en la oscuridad de la noche. Una vez en la ciudad de Bahía Blanca nos dejó en una estación de servicio cerca de lo que creímos que era un camping (que resultó ser una tienda de artículos de acampar), y nos despedimos con promesas de futuros asados y buenos deseos. El camino estaba completo, solo faltaba buscar un lugar dónde dormir. Decididos a no pagar hospedaje, N y yo comenzamos a preguntar dónde podíamos tirar la carpa que cargábamos en la espalda. La buena suerte nos dio a parar en una pizzería controlada por una gran familia, la cual nos tomó bajo sus alas y dibujó un mapa: "si caminan hasta el parque", nos prometió el dueño, "detrás de las vías de tren pueden fácilmente poner la carpa". Nos advirtió sobre tener más miedo de la policía y nos aseguró que el servicio de trenes de encontraba detenido, por lo cual no deberíamos tener problemas. Cuando la pizzería cerró sus puertas, su hija nos llevó en el auto hasta el famoso parque y ahí caminamos alumbrando con linternas hasta encontrar la famosa vía de tren. Detrás de ella había una bajada que permitía ocultar la carpa, y ahí mismo nos instalamos. A las cinco de la mañana un ruido estridente, la mezcla de un tsunami y un león, hizo temblar la carpa con un estruendo. Nos levantamos agitados y desconcertados, y me aferré el pecho para contener la respiración. Pero no se trataba de ningún tsunami o bestia feroz: el tren después de todo no estaba fuera de servicio. ¿Qué aprendimos? Si uno va a tirar la carpa cerca de una vía de tren, asegurense que el servicio esta suspendido o se llevarán un gran susto.
PARTE 2: Bahía Blanca => Plaza Huincul
Amanecer en carpa luego de un día de travesía no es la mejor de las sensasiones, pero hay que seguir adelante. Temprano por la

madrugada, antes de que alguien nos molestase (o que el tren se atreviese a volver a pasar) empacamos las cosas y nos dirigimos al centro de la ciudad. Un par de indicaciones nos dió a parar con el colectivo 519 que nos dejó en una estación de servicio cerca de la Ruta 22. Ahí nos paramos por mucho tiempo, agitando un cartel con la palabra "Neuquén" y sonriéndole a un sin fin de autos. A veces es peor estar en una ruta muy transitada: cada auto que avanza con indiferencia es una rompida más de corazón. Eventualmente una señora se detuvo para llevarnos hasta Médanos, dónde tuvimos que esperar hasta que nuestro salvador frenó para ofrecer llevarnos hasta Neuquén, nuestro segundo objetivo del día. Nuestro salvador se llamaba Matias y viajaba a Zapala por trabajo. La ruta con él fue un viaje lento de paisajes cambiantes, que incluyó esperarlo una hora intentando abordar un nuevo vehículo mientras comía en un restaurante, pero eventualmente llegamos al esperado Neuquén. Intentando probar nuestra suerte, nos paramos cerca de un semáforo y extendimos los pulgares nuevamente y esperamos. Y esperamos, y esperamos...Horas después, frustrados observando como otros mochileros con mucho más tiempo de espera que nosotros tampoco eran levantados, una señora frenó su vehículo. Nos ofreció llevarnos hasta Plaza Huincul por que quería alguien con quién conversar en el camino. "Desde ahí parten todas las rutas para ir a Bariloche" nos prometió, y nosotros sin pensarlo trepamos a su auto. No fue hasta que estabamos en la ruta dirigiéndonos a su pueblo escuchando sobre la telenovela que era su matrimonio fallido que divisé el cartel apuntando la ruta a Bariloche en la dirección contraria. Plaza Huincul se encuentra en la misma dirección que Zapala, y da directo hacia bien al norte de Junin de los Andes, exactamente lo opuesto a lo que estábamos buscando: para ir a Bariloche ahora tendríamos que retroceder o tomar la infame Ruta 17 para volver al camino. ¿La lección? Aunque la sabiduría local no tiene precio, siempre es mejor estar completamente informados de los destinos cuando llega la hora de hacer dedo. Un tanto malhumorados, caminamos las calles vacías de Plaza Huincul buscando un lugar donde tirar la carpa, y terminamos decidiéndonos por un parque vacío cerca de las vías de tren. El viento patagónico amenazó con tirar la carpa toda la noche, pero con algo de suerte logramos conciliar el sueño combatiendo la paranoia de ser descubiertos. Al día siguiente nos levantaríamos temprano por la mañana e intentaríamos suerte llegando a Bariloche: la travesía estaba por terminar.
PARTE 3: Plaza Huincul => Bariloche
A las seis de la mañana, agradecidos por ser levantados por la alarma y no por algún policía tanteando nuestra carpa, nos abrigamos, cargamos las mochilas y tras lavarnos los dientes en alguna estación de servicio retomamos la marcha. La calle que

daba a la infame Ruta 17 estaba casi vacía, pero mientras caminábamos hacia el borde del pueblo un pequeño auto blanco se detuvo. Se trataba de un veterinario que trabajaba en un frigorífico de chanchos en algún punto alejado de la ciudad, y éste, entre risas, chistes y poca voluntad para llegar al trabajo, nos adentró en la Ruta 17 tanto como el combustible se lo permitió. Una vez ahí en algún lugar al azar cerca de un santuario al Gauchito Hill nos ofreció un número para llamar y la mejor de las suertes, y se alejó por la carretera echando tierra. Así es como quedamos varados en la mitad de la nada, con cerca de 50km separándonos para cada lado de la más cercana civilización.
No existe nada como la sensación de estar en una zona desierta intentando hacer dedo: cada auto que pasa es una estrella fugaz en la mitad de la noche. El problema es cuando los deseos no se cumplen, nadie sabe si acaso habrá una próxima oportunidad para pedir otro. Finalmente, tras cerca de 10 autos en unas dos horas de espera (la mayoría llenos, otros con conductores de ceño fruncido) frenó finalmente un camión al costado de la ruta, y nosotros corrimos a su encuentro. El camión llevaba combustible hacia un lugar dentro de la Ruta 17, y nos entretuvo con acusaciones al gobierno sobre haberse robado el dinero destinado a asfaltar las rutas, lo cual explicaba los grandes cráteres a lo largo del camino que el camión se ingenió para esquivar. Una vez que alcanzó su destino, nos despedimos y comenzamos a rogarle a la ruta una vez más, esta vez con mejor suerte todavía: al poco tiempo, una pequeña camioneta blanca se asomó en la distancia. Excépticos, casi ni nos molestamos en rogarle que frene ya que nunca se nos ocurrió dónde tendría lugar para llevarnos. Pero la camioneta no solo frenó si no que volvió a buscarnos, y de ella se asomó un pequeño hombre con la más grande de las sonrisas. Nos explicó que tenía todo el bahúl lleno de alfajores que llevaba para vender en Picún Leufú, y una vez que N logró acomodarse rodeado de ellos ya nos encontrábamos yendo rumbo a la ruta que nos llevaría al esperado Bariloche.
Una vez en Picún Leufú, lo más cerca que habíamos estado hasta ahora de la meta final, llegó la más larga de las esperas. Cinco horas completas pasaron, y con ellas se fueron las peores horas de sol del mediodía, durante las cuales cientos de autos nos rompieron el corazón. Parecía ser que no era verdad lo que decían por todos lados en internet: las rutas bonaerenses habían sido mucho más generosas que las del sur. Finalmente, cuando ya estábamos al borde de rendirnos (lo que significaba ir a buscar algo para almorzar, ya que todavía no teníamos ninguna otra opción que llegar al destino) un auto decidió frenar para dibujar de vuelta la sonrisa en nuestros rostros. "Necesito alguien que me cebe los mates" nos dijo, y subí en el asiento de acompañante para comenzar con la tarea. Nuestro héroe Estaba lleno de historias y risas, y no tuvo problema en darnos un paseo por Piedra del Águila donde observamos el paisaje patagonico fabricar un pintoresco pueblo al costado de unas impresionantes construcciones de piedra. Luego de ese punto la ventana se convirtió en el más bello de los lienzos. El paisaje árido mutó a montañas rodeadas de ríos turquesas, y para el momento en el cual el Nahuel Napi comenzó a asomar llegaron las arboledas espesas. Entre mates y montañas el camino dio lugar a la entrada a Bariloche, y antes de que pudiese notarlo estabamos en la entrada de un camping despidiéndonos de nuestro último manejante. Sin comprender nuestros ojos, corrimos hasta el borde del lago Nahuel Huapí para respirar profundo ese aire frío de la Patagonia y degustar nosotros con el paisaje. Habíamos llegado, lo habíamos logrado...pero el Sur era grande y la aventura a penas había comenzado.
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