CÓRDOBA ALTERNATIVA
- Micaela Chutrau
- 6 ene 2017
- 8 Min. de lectura
La Ciudad de Córdoba nos recibió con sus majestuosas iglesias, calles ajetreadas, noches estudiantiles y museos bañados en historia. Pero en el momento en el que uno pone un pie en un hostel (y se enfrenta a la decepción de escuchar más argentino que extranjero) tras la recepción las fotos hablan de sierras y ríos. Naturaleza, aquella palabra de la que Córdoba se enorgullece aun desde entre sus edificios imponentes, pues basta subirse a cuatro ruedas por un par de horas para rodearse de verde. Pero estas fotos no son del todo inocentes, ya que vienen pegoteadas a la oferta de algún tour: prometen buses de hasta 200$ de ida y de vuelta a villas hermosas o sierras imponentes, y duele la idea de tener que quedarse sin un poco de naturaleza teniéndola tan cerca. Hoy vengo a proponerles dos programas baratos, que están lejos de ser los únicos, pero son los dos que yo me animé a explorar. Pero es necesario que para disfrutarlos nos olvidemos de bellos lugares icónicos como Villa General Belgrano o Carlos Paz, protagonistas de aquellos tours costosos (aunque siempre existe la posibilidad de alcanzarlos a dedo por supuesto) y aceptemos que a la hora de buscar la naturaleza poco importa qué título aparece sobre el mapa de nuestro teléfono; lo importante es qué tan majestuosa y nuestra es la vista que tenemos delante. Majestuosa por que no queda otra manera de describir una cascada escondida o una playa cortada entre dos sierras verdes; y nuestra por que no hay nada peor que llegar a un lugar hermoso y encontrarlo invadido por turistas que no nos dejan disfrutarlo.
CASA BAMBA
Hablando con un cocinero de sushi cordobés me mencionaron lagos, me mencionaron sierras y me mencionaron cascadas. El

calor del noviembre argentino me llevó a pronunciar las mismas palabras que tantos otros deben haber dicho: “decime dónde puedo ir a meterme al agua”. Me contó entonces como el fin de semana pasado había llegado con sus amigos a un salto escondido entre el bosque y las sierras, con una pileta de agua fría en la que fácilmente se podía nadar. “Te conviene ir al lago a hacer un pic-nic igual, por que no es fácil llegar” me advirtió. Decidida, tomé mi cuaderno de viaje y le exigí un mapa, y así, con mucha precisión, como quién marca la ruta a un tesoro escondido, el cocinero me enseñó el camino.
Casa Bamba es un pueblo de tan solo 100 habitantes apoyado sobre el río Suquía,. El camino que lleva a Casa Bamba es el mismo que nos puede llevar a tener un pic-nic a los costados del lago San Roque o una visita a la ciudad de Cosquín: basta con tomar el Tren de las Sierras. Construido mitad con un objetivo en el turismo y la otra mitad con una ayuda para la población, el Tren de las Sierras tiene 15 estaciones, comenzando en Alta Córdoba y terminando en Cosquín, y puede ser abordado por un boleto con un precio de 7$. Sí, tan solo siete pesos (o menos) por persona pueden alcanzarte hasta las sierras en unas pocas horas. El único inconveniente que tiene este tren son los horarios, contando con tan solo dos trenes de ida/vuelta en los días normales y tres en los feriados/fines de semana, lo cual exige algún tipo de preparación si es que uno tiene problema en quedar varado en algún pueblo en la mitad de la nada.
Llegamos a la estación de Alta Córdoba un sábado por la mañana listos para abordar el segundo tren, solo para encontrarnos con noticias de un descarrilamiento y reparaciones en las vías. Desganados como quien se choca con una pared al intentar entrar a una casa, no tuvimos más opción que recurrir a un taxi para correr a la estación Rodriguez Del Busto, justo para encontrarnos con un señor cocinando hamburguesas en la entrada anunciando que ya no quedaban más boletos. Respiré profundo: ¿por qué ninguna página de Internet me había advertido ni del cambio de estación o de tener cuidado con la disponibilidad de boletos? La lección a aprender es que en Latinoamérica todo tiene que hacerse con tiempo, pues las chances de que algo funcione como debe o como indican los letreros son bajas. Por suerte, aún con el calor y la desilusión de haber investigado para descubrir que toda mi información estaba mal, adentro de la boletería me indicaron que de hecho sí quedaban boletos, con el único inconveniente que tendríamos que viajar parados. Acepté sin pensarlo y 3,50$ después estaba entregando mi boleto para subir junto con mi novio al tren. El Tren de las Sierras es pequeño pero con buenos asientos, y salir de la primera estación otorga la ventaja de encontrar rápidamente un rincón para sentarse en el suelo. Casa Bamba se encuentra a casi una hora y media de la estación de Rodriguez Del Busto, y mientras conversábamos sobre la Iglesia y hierbas curadoras con un profesor de colegio y un escritor desgastado que se sentaron a nuestro lado, tras la ventana, los edificios se derritieron a tierra y de esta tierra surgieron las montañas.
Una vez en la estación de Casa Bamba nos despedimos de nuestros amigos y descendimos para encontrarnos con un grupo de mujeres cordobesas y sus hijos vendiendo todo tipo de sándwiches, empanadas y gaseosas en la estación. Aumentamos nuestras provisiones por un precio lejos de ser económico (considerando donde estábamos), aunque poco se puede criticar sobre el sabor de la comida. Miramos a nuestro alrededor: detrás nuestro emergía estático de entre las rocas un arroyo que bordeaba un parador acunado entre las sierras. Ya habíamos llegado, ahora solo quedaba encontrar el famoso salto.
Las instrucciones para llegar a la cascada escondida son las siguientes:
Tomar el Tren de las Sierras hasta la estación de Casa Bamba.
Caminar del lado derecho de las vías en dirección a Cosquín (siguiendo el camino del tren del que nos bajamos) por cerca de 20 o 15 minutos. A nuestra izquierda habrá un arroyo y a nuestra derecha un alambrado.
Pasará por nuestro lado izquierdo una pequeña casa de un hombre que vive cerca del arroyo. Por esta altura, a nuestra derecha aparecerá un grupo de tres pinos (son los únicos pinos, por lo tanto es difícil perderlos) al lado de los cuales el alambrado se abre habilitando el paso.
Cruzar el alambrado.
Veremos un pequeño arroyo: seguirlo cuesta arriba. El camino no es siempre claro, y a veces hay que escalar rocas o cruzar pequeños ríos trepándose sobre el tronco de un árbol, pero con un poco de esfuerzo no es imposible seguirlo.
El arroyo se convertirá en una corriente de agua cada vez más fuerte, mutando de pequeños saltos a pequeñas cascaditas y volviendo a calmarse. Al fina del mismo, tras una pequeña subida aparecerá el salto escondido.
Luego de una travesía de una hora, con resbaladas y escaladas de roca, mi novio y yo nos aferramos a la última subida, y delante nuestro se desplegó el salto. No era nada impresionante: un pequeño chorro de agua cayendo de entre las rocas. No tenía ningún nombre memorable o había sido promocionado bajo grandes adjetivos en ningún panfleto: pero era nuestro. Rellenamos la cantimplora, sacamos los sándwiches y, con los pies dentro del agua fría y las espaldas al sol, disfrutamos nuestro almuerzo oyendo solo el ruido del agua chocar contra la pileta y correr hasta transformarse en una cascada que caía hacia el bosque. A todo nuestro alrededor, las sierras nos envolvían con su verde como si estuviésemos dentro de un cráter. Y luego de un tiempo no quedó más opción que saltar a la pileta y ponerse a nadar, total, ¿quién iba a molestarnos ahí en el medio de esa hermosa nada?

CUESTA BLANCA
Cuesta Blanca surgió espontáneamente hablando con el recepcionista de un hostel mientras bajé una noche acalorada a tomar un vaso de agua. Me habló de playas, de colectivos baratos en comparación al resto y de sierras; y yo corrí a la habitación para acomodar la alarma. Mientras que el Tren de las Sierras exige buena organización de horarios, los colectivos a este destino salen cada media hora de la Estación de Minibus, mientras que el último colectivo vuelve a las 11:30 pm. Por lo tanto, cerca del mediodía nos acercamos a la estación y con un precio de 70$ por persona abordamos el colectivo. El viaje duró cerca de dos horas, y para el momento en el cual abrí los ojos los grandes edificios de la Ciudad de Córdoba se habían disuelto a la tierra de un pueblo olvidado. Bajamos con inseguridad y comenzamos a caminar hacia el puente. Compramos un par de provisiones (que recomiendo conseguir con anticipación ya que naturalmente el único proveedor de comida le cobra caro los sándwiches a los turistas) y comenzamos a caminar hacia la Playa de los Hippies. La misma es un supuesto santuario de tranquilidad arenoso (lo cual difícilmente se cumple cuando un lugar se vuelve turístico) a las orillas del río San Antonio, que corre como una serpiente azul entre las cumbres cordobesas. Para llegar al mismo, primero es necesario cruzar el puente del pueblo y atravesar a pié (o a dedo) todo el pueblo de Cuesta Blanca, que esta lleno de subidas, bajadas y casas de veraneo. Una alternativa a este aburrido camino de tierra pálida es bordear el río San Antonio desde el principio, aunque no hay manera de garantizar no salir con los zapatos mojados. El siguiente paso ocurre cuando se llega al dique o “Diquesito” como lo llaman las flechas que apuntan el camino. Aquí es necesario salirse del camino de tierra y continuar el paso un par de kilómetros por el medio de las sierras hasta llegar a la famosa playa ó cruzar el dique, caminar del otro lado del río y arriesgarse a eventualmente tener que cruzar el río con el agua por la cintura.

Por otro lado, mi novio y yo decidimos no tomar ninguno de estos caminos. Obviando el camino más fácil, bajamos hasta el río y escalamos las rocas hasta estar del otro lado y poder cruzar el dique (el camino más fácil hubiese sido cruzar caminando el dique por arriba del mismo). Ahí se abrió delante nuestro una pequeña playa de arena plateada que resplandecía en el sol. Chapoteamos en el agua, nos paramos sobre el dique, y antes de que considerase quedarnos ahí mismo toda la tarde un señor cruzó con una canoa y un perro, calmadamente meciéndose sobre la superficie verdosa del río. ¨Puede llevarnos a la playa de los hippies?" pregunté instintivamente tras tantos meses viajando a dedo. El hombre no lo dudo ni por un minuto: arrimo su bote cuidadosamente y mi novio y yo nos trepamos a él. El río fluia como las venas de aquellas sierras verdes que se cerraban a los costados nuestros como precipicios. Tras una corta travesía, que nos ahorro una hora de caminata, llegamos a la famosa Playa de los Hippies: un cuerpo de arena rocoso lleno de parejas de rastas acampando y banandose en el río. A lo lejos, una granja se estremecía con los movimientos de todo tipo de animales al costado de la sierra. Pero poco queríamos saber nosotros de estar tirados en la playa: no paso mucho de tiempo antes de encontrarnos escalando terreros sin caminos, viendo el mundo desde la punta de aquellas sierras que hace muy poco solo buscaban ahogarnos desde los costados. Y Córdoba, que no es excepción a la regla, no hizo mas que resplandecer desde las alturas, antes de volver a invitarnos a aventurarnos en ella.

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