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LA MAGIA DE DESPEDIRSE DE LA COMODIDAD [reflexiones de un primer viaje mochilero]

  • Foto del escritor: Micaela Chutrau
    Micaela Chutrau
  • 16 sept 2016
  • 5 Min. de lectura

Maldita sea mi dicha y este mariposeo en el estómago. Maldita sea la libertad de la incertidumbre y el estar de acuerdo con un no-se-qué-pasará. Maldita sea que era cierto eso que decían, que el mundo estaba lleno de amigos esperando poder dejar de ser extraños. Malditos los viajes con mochilas al hombro, que como arcilla nos moldean y devuelven al mundo de oficina hablando de acantilados y colores, sonando como locos. Pero sobre todo, maldita sea la insistencia de todos de volver rápido a la realidad. "Dejen de sacudirme" les digo. "No estoy soñando, creo que nunca estuve tan despierta"

Estoy entrando a Escocia vía aérea y la fecha en el calendario abraza ya la segunda semana en el camino. Delante mío los edificios amarronados de la ciudad de Glasgow pronto se disuelven a arena del otro lado de la ventanilla del autobús, metamorfisándose al verde intenso de las colinas de las Highlands. El sol juguetea escondiéndose entre las copas de los arboles, y aunque ya son las 7 de la tarde se niega a atardecer. Conozco mi parada, el pueblo costero de Oban donde las gaviotas superan a la población local, pero no que o quienes me esperan. Mañana mi día lo gobernarán islas y paisajes que me quitarán el aliento, pero hoy sigue siendo un misterio, y lo que le sigue a ese momento también. No sé donde dormiré en unas horas, no se con quien chocaré copas y compartiré una comida antes; atrás quedó Irlanda, atrás quedó él, mis amigos y el memorizarse el camino de vuelta a casa. Nuevamente estoy aquí por voluntad propia, de vuelta acelerando hacia lo desconocido en una esquina llena de extraños, sin saber que me espera el mañana o a dónde tendré ganas de dirigirme. Pero eso no importa, sonrío entregándole mi confianza al Universo. No hay razones para preocuparse, no hay razones para no querer estar de alguna forma que no sea a la deriva. Si en algún momento acaricié la libertad, fue en momentos como este.

Sola, perdida, con frío. Cuando el autobús frena en Oban y las gaviotas vuelan en circulo sobre mi cabeza me cuelgo una vez más la mochila e investigo el mapa. A la izquierda esta el puerto y a la derecha los restaurantes, frente a mi la enfurecida costa mientras las nubes se cocinan una tormenta. Sin pensarlo dos veces, giro hacia la derecha y comienzo a explorar. El olor a frituras me lleva a comer unas papas fritas en un mugriento pero auténtico puesto de Fish n Chips, y el intercambio de palabras con la cocinera me lleva a alejarme más del puerto en búsqueda de algun hostel. Pido indicaciónes una vez más: un joven de rasgos asiáticos me sonrie detras de un mostrador de frituras y me indica la dirección a otro hostel. Camino cuesta arriba y eventualmente lo encuentro: nada fuera de lo ordinario. Otra sala común con carteles motivacionales, mapas del mundo, mapas de Escocia. Cuando ya están pagadas las cuentas, apoyo las mochilas en el piso y, sacudida por el frío, deseo (aunque es lo último que quiero pensar) estar en Irlanda con la gente que un día atrás despedí. Ya es hora de la cena y están todos callados apoyados en sus sillones, así que me les uno silenciosamente y comienzo a planear mi próximo día por las islas escocesas. Tengo ganas de conversar, tengo ganas de una cerveza, tengo ganas de dejar de preguntarme quién me obligó a nuevamente abandonar la comodidad.

De repente hay un ruido fuerte y comienzan a resonar las risas: un grupo de chicos ingresa al hostel con comida frita y la sirven en la mitad de la mesa para que todos podamos comer. No es nada menos que el muchacho asiático de antes, Maher, quien me cuenta que esta viajando hace un año desde Asia y se financia los meses trabajando hostels y puestos de comida rápida. Lo acompañan una australiana que tenia un pasaje de vuelta tras dos años de viaje; Tyler el neoyorkino trabajando en su tesis de turismo extremo que acaba de pasar un mes sobre un kayac; y un par de amigos alemanes estudiantes de ingeniería quienes viajan con su familia. "Te nos querés unir?" me preguntan, y yo sonrío por que comienza la función. Corren las nacionalidades, los sueños, los nombres y los caminos previamente recorridos; yo feliz por que no hay nada mas que desearía estar discutiendo. 24hras después de ese momento no solo habría recorrido alguna de las islas más hermosas de Escocia, si no que ya tenía un grupo de amigos prometiendo reencuentros en Edimburgo, bebidas gratis, una oferta de trabajo para quedarme en Oban si lo deseaba, otra oferta para irme a acampar a la montaña y una nueva compañera de viaje llamada Faith quién me acompañó hasta la isla de Skye antes de bajar juntas a Edimburgo. La magia de la mochila solitaria había surtido efecto una vez más, y lo único que había tenido que hacer para que ocurriese había sido animarme a salir de la comodidad.

Pero esto no había sido un episodio aislado. Escapar de la comodidad siempre, sin falla, había dado sus frutos . Había estado cómoda en Londres, con sus teatros y bares y sol y museos y caminatas y la comida italiana que mi mejor amigo robaba del restaurante. Colgarme la mochila me había llevado a la desconocida ciudad de Belfast, donde con solo pedir indicaciones a un par de australianos había conseguido amigos que viajarían conmigo a Dublin o que se reencontrarían conmigo en Londres. Había estado cómoda en Dublin, con los amigos de mis padres que me hospedaban y aseguraban la diversión. Colgarme la mochila me había llevado a ese momento en Oban. Estaría cómoda una vez más en Edimburgo, con la compañía de Faith prometiendo las risas y los datos que solo una estudiante de arqueología puede tener. Colgarme la mochila y elegir quedarme sola una vez más me llevó a en un día escalar una montaña con las bolsas de shopping en la mano, discutir religión con 5 dinamarqueses en un bar, atender una obra de improvisación y que una adorable pareja londoniense a las 3 am me pagasen un taxi para que no tuviese que volver sola caminando. El viajar no requiere esfuerzos: basta salir de la cama para vivir una aventura.

No me fui de viaje para encontrarme a mi misma o para buscar una respuesta. Me fui para confirmar algo que ya sabía, algo que todo viajero profesa ante los ojos escépticos de aquellos que nunca se animaron a viajar de verdad. Me fui y me encontré con un mundo desbordado de aventuras, de historias maravillosas, de acantilados que te quitan el aliento y, sobre todo, de personas increíbles. Mundo malo, mundo malo, "tené cuidado", "sos mujer", "te vas aburrir", "estas loca". Y después a la vuelta es incluso mejor: "enfocate", "volvé a la realidad", "dejate de joder". Todos estancados en el mismo lugar donde estaban cuando los dejaste, y uno que creció tanto que no tiene ni como expresárselos. El mundo siguió girando con su color gris y uno vuelve rogando por otro paisaje espectacular, otra bondad espontánea del universo, otro amigo recogido de la casualidad.

Repiten que estamos locos, la verdad es que quizás sea cierto: locamente enamorados de la vida. "Volvé a la realidad" insisten, como si todo hubiese sido un sueño. Pobres, ojalá algún día comprendan que este show de marionetas donde se disputan el trabajo, la rutina y los parciales no es más que un no es mas que un acto, no es mas que mi manera de hacer tiempo hasta la próxima vez pueda colgarme esa mochila y volver vivir.

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