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PARAÍSO BLANCO [ Tour por las Whitsundays, Australia ]

No me considero una fanática de la playa. Si bien la definición del paraíso normalmente cuenta con unas palmeras banboleandose ante el viento, arena entibiesiendo las aberturas de los dedos del pié, el sol besandonos la piel y un azul profundo invitandonos a sumergirnos; he estado en demasiadas playas para comprender que la realidad es distinta. Aquella arena tibia generalmente quema, y se logra meter en absolutamente todo: desde nuestra ropa interior, hasta nuestra comida. El sol no perdona a nadie, y pronto se vuelve lo suficientemente insoportable como para obligarnos a saltar al mar, del cual emergeremos cubiertos por una capa de sal antes de volver a llenarnos de arena. Esto no quiere decir que no haya exhalado maravillada ante aquella hermosa vista que son las olas rompiendose sobre la costa o que no le haya dedicado días enteros de mi vida sumergida en el océano, pero no lo considero un lugar más maravilloso de lo que puede ser la montaña, la jungla o por qué no, una ciudad rebosando de historia. Mi paraíso personal jamás adquirió la figura de una playa, por que nunca la consideré un lugar superior a cualquiera de estas otras opciónes. Y eso fue así durante toda mi vida, hasta que visité las Islas Whitsundays en la costa australiana.

Cuenta la leyenda aborigen que una serpiente arco-iris se deslizó por las aguas turquesas del Pacífico y dejando huevos a su paso. Así nacieron las islas que hoy conocemos como las Whitsundays, cerca de una hora de la costa de Airlie Beach. La primera vez que escuché hablar de este paraíso terrenal fue cuando comencé mi recorrido por la costa este de Australia en el pueblo de Byron. Aquí cometí el error de acercarme a una guía de turismo. Si bien la energética mujer trabajando del otro lado del mostrador acababa de recorrer Australia y su sonrisa demostraba sus ganas de compartir con otros esta experiencia, probablemente ni se daba cuenta que su método de dibujar en un calendario como iba a pasar cada día del próximo mes me estaba dando ganas de salir corriendo. Sin embargo, para cuando me despedí ya era una experta en todo lo que la costa este tenía para ofrecerme y aunque iba a tener que decirle que no a la bella isla de Fraser Island por problemas de presupuesto, la posibilidad de visitar las Whitsundays ya estaba en mi radar. Después de todo, si hay una playa donde el robar arena puede costar en una multa de 30.000USD vale la pena ver qué es.

¿SACAR TOUR CON ANTCIPACIÓN?

“Si no planificas todo tu viaje y sacas todos tus tours lo antes posible no vas a tener cupo para recorrer ninguno de los lugares que quieres conocer”. Esto no solo me lo dijo la guía de turismo, si no que me lo repitieron todo el staff del hostel, la recepcionista, los chicos en el centro de información y varios otros viajeros. “De ninguna manera que eso es cierto” fue mi respuesta. Las Whitsundays solo pueden ser recorridas con un tour saliendo de Airlie Beach, y la temporada alta (Diciembre/Enero) en la costa australiana hace correr el rumor de que los cupos se terminan con facilidad. Esto lleva a la realidad de que varios mochileros asustados, los cuales son bombardeados con información y premoniciones por las agencias turísticas, tengan cada día de su próximo mes planificado al minuto. Ya con un año y medio de viaje en el bolsillo, suelo vivir con la filosofía que los lugares (por más bellos) son solamente lugares, y que si bien es preferible visitarlos la alternativa tampoco es la muerte de nadie. Además, resultaba contra intuitivo pensar que lugares como Airlie Beach donde tienen el recorrido a estas islas como su principal atractivo turístico no tuviesen suficiente infraestructura para combatir las temporadas altas. Así que optando la espontaneidad por encima de la certeza (teniendo en cuenta que planeaba viajar a dedo), decidí no sacar ningún tour con anticipación. Afortunadamente, esto no me impidió encontrar cupos para ninguna de las actividades que quise realizar (buceo en Byron, Magnetic Island o Whitsundays), pero cabe aclarar que estaba viajando sola y que mis días eran bastante flexibles. A pesar de nunca optar por comprar cosas con anticipación, reconozco la dificultad de encontrar cupos en grandes grupos, la posibilidad de poder ahorrar dinero haciendo esto (los tours más baratos son los primeros en terminarse) o la de quizás conseguir alguna promoción (conozco personas que viajaron a Magnetic Island gratis al comprar todos sus tours en un saque- aunque cabe aclarar que el ferry con retorno a este lugar sale 22USD a lo que solo hay que agregarle el precio del hostel).

QUÉ BUSCAR EN UN TOUR

En cuánto a qué tour sacar para las Whitsundays la historia se complica aún más. Parece ser tradición que sin importar qué haya para ver en cada lugar de Australia, las agencias siempre nos ofrecerán pasar uno, dos o tres días en el lugar. Los precios varían de manera incrementativa por supuesto, con los tours en los que se pasan la noche estar destinados a pasársela tomando alcohol barato en el barco (algunas agencias permiten llevar veinte latas propias, otras tienen bar) y durmiendo también en el mismo. Personalmente, no me atraía la idea de pasar la noche en el mar cuando lo único que deseaba hacer era conocer esta famosa playa, así que opté por el tour de un día (que te permite volver al hostel para emborracharte y dormir en tu cama, digamos). Además de esto hay cuatro cuestiones más que uno tiene que tener en cuenta. Primero que todo, en qué tipo de barco queremos recorrer las islas. Existe tanto la posibilidad de ir en bote motorizado como en velero, y ambos recorren distintas partes al ser uno más rápido que el otro. Yo decidí ir en bote ya que era mucho más económico. Por otro lado, la playa White Heaven (en la isla principal) tiene una parte norte y sur, las cuales se diferencian en apariencia. Personalmente, deseaba visitar la parte norte de la isla, donde la arena se intercala con el mar para formar pequeñas piletas en las que se puede nadar. En tercer lugar, esta el traje a prueba de picaduras (o stinger suit). En la costa de este paraíso habita una pequeña agua viva llamada la irukandji. Este ser es transparente, tiene a penas unos centímetros de largo y a pesar de reportar menos muertes por año que los cisnes (que matan dos personas por año aparentemente) siempre es mejor protegerse de las mismas. Por eso tanto para nadar en la playa como para hacer snorkel en la costa es necesario ponerse un traje de lycra que nos proteja contra sus picaduras. En lo que se concierne a los tours, debemos ver si el traje esta incluido en el precio final. Por último están las actividades que deseamos incluir: snorkel y/o buceo, este último por un precio adicional. Yo opté por hacer snorkel.

Al combinar todas estas desiciones y consultar al menos cinco agencias turísticas en Airlie Beach opté por el tour de Manta Ray, que con su precio en descuento de 180USD si bien no era el más económico (ya que los tours más baratos-150USD-solo estaban disponibles para dentro de cuatro días) cumplía todos los requisitos en los que había decidido. Se podría decir que para balancear semejante gasto (que es un precio estándar en la costa australiana) viví a latas de atún y haciendo dedo durante lo que quedaba del mes. ¿Valió la pena? Podría criticar mi decisión estableciendo que el Sudeste Asiático o el Caribe están llenas de playas igual de bellas por un octavo de este costo, pero la realidad es que no me encontraba recorriendo ninguno de estos lugares. Me encontraba en Australia y quería conocer este paraíso.

SNORKEL

El bote tenía dos pisos y las nacionalidades que lo habitaban podrían haberlo convertido en las naciones unidas. Italianos, argentinos, australianos, ingleses, suizos, irlandeses. Todos estábamos ansiosos si la playa que nos habían vendido estaría a la altura de aquellas fotos que habíamos visto. Pero primero había que descubrir qué era lo que habitaba debajo del agua.

Dejándonos en el borde de la isla, el capitán nos pidió que nos pusiéramos los trajes de lycra negra y saltáramos al agua. Fui una de las primeras en zambullirme, y mientras el agua tibia me abrazaba la piel del otro lado del cristal que protegía mis ojos contra la sal del mar comenzaron aparecer los corales. Debo confesar que si bien nunca viene mal hacer un poco de snorkel, las costas de las Whitsundays no tenían mucho para ofrecer (o al menos no lo tenían cuando yo fui). Durante aquella hora que me la pasé flotando entre las olas, divisé algunas anémonas, corales, si tenía suerte algún pequeño cardumen de peces coloridos, pero nada más. Más adelante, mientras almorzábamos en el barco, los buceadores hablaron de tortugas, pero yo solo me entretuve con el agua tibia que me balanceaba de lado a lado y la idea de que pronto pisaría la playa de White Heaven.

WHITE HEAVEN BEACH

“Viví en este lugar toda mi vida y jamás use un traje de lycra” me dijo el capitán del barco mientras controlaba con su mano derecha el timón. Los locales australianos generalmente suelen no seguir las mismas reglas que nos hacen tallar en piedra a los turistas: nadan en ríos donde puede haber cocodrilos o en playas sin redes a prueba de stingers; pero esto es generalmente por que su conocimiento de la naturaleza y sus corrientes les hace saber cuando es seguro y cuando deben ser cuidadosos. Esto me llevo a tomar la decisión de no llevar el traje protector a la playa, lo cual significaba intercambiar mi comodidad por la minúscula posibilidad de ser mordida por esta agua viva asesina. Mi razonamiento fue que las chances de morirme eran tantas como las que ya tenía todo el tiempo visitando un país donde la mayoría de su fauna quiere atacarte (ya había aparecido un tiburón cuando estaba en Byron, por ejemplo). Mi objetivo no es incentivar este comportamiento, si no comentar mi decisión personal.

La llegada resulta abrumadora: al divisar la orilla podemos ver cientos de personas, todas probablemente de distintas

nacionalidades, esperando que los botes las devuelvan a Airlie Beach. Pero si las ignoramos y caminamos hacia el centro de la isla podremos ver que el camino se divide en dos. Es preciso primero tomar el camino de la derecha, el cual tras diez minutos abrirá de par en par la naturaleza selvática para quitarnos el aliento. Ahí, en la distancia, lo suficientemente lejos para apreciar los patrones que el turquesa dibujaba en su arena estaba el paraíso que nos habían prometido.

Es importante no perderse en esta vista, después de todo todavía queda la parte más emocionante: dar un paso adentro de la postal. Volvemos al camino principal, solo para ahora tomar la opción de la izquierda. Las maderas debajo de nuestros pies pronto de disolvieron en arena, y delante mío apareció la playa. Dude antes de quitarme las sandalias, aquella corrida incómoda sobre la arena que quema nunca es una experiencia agradable. Pero cuando mis pies tocaron la arena descubrí que era completamente suave, tibia incluso. Caminé hipnotizada hasta llegar al mar, y mientras me dejaba caer de espaldas sobre una de las piletas de agua transparente se me llenaron los ojos de lágrimas. Hundí las manos en la arena, y la suavidad de su textura me hizo querer hundir el cuerpo entero en ella. "Llegué" no paraba de repetirme, sin lograr comprender cómo este lugar era más especial que cualquiera de los hermosos lugares que había visitado durante el último año. No sabía si era la magia de aquella arena, el hecho que mi viaje a dedo había sido exitoso, la manera en la cual el mar te invitaba a jugar con sus olas o el hecho de que hace un año jamás me hubiese imaginado en Australia tras tantos kilómetros de maravillas recorridos; pero ese momento en aquella orilla se sintió perfecto. Sentí algo tocándome el dedo meñique, y miré para abajo para encontrar un coral blanco en forma de luna, decorado con tintes violetas. Aunque no soy fanática de llevar recuerdos, lo tomé entre mis manos y lo traje de vuelta conmigo a Airlie Beach. Hoy lo llevo como pendiente alrededor del cuello, para recordarme que la llave para entrar al paraíso esta en animarnos a pelear por nuestros sueños.

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