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UN PULGAR SOLITARIO POR LA COSTA AUSTRALIANA [guía para hacer dedo por la costa este]


Si nunca has oído hablar de la película Wolf Creek, te cuento la trama: un sádico conduce alrededor del Outback australiano en busca de mochileros para secuestrar y torturar antes de asesinarlos. Antes de que esto fuese solo una película que atormentase las pesadillas de cientos de ozzys, la historia de Wolf Creek fue un hecho real de los 80s. Lo que es peor, su protagonista ni siquiera fue el único asesino conocido por cazar mochileros. Si combinamos todas estas historias, los interminables kilómetros de nada entre algunas comunidades y la falta de señal telefónica en las rutas resulta difícil sorprendernos cuando la frase “ni se te ocurra hacer dedo por Australia” es pronunciada. Viniendo del inseguro contexto que implica viajar por los hermosos países de América del Sur, me resultaba imposible creer que la gente tuviese más miedo de probar la ruta en un país como Australia que en uno como Colombia, donde había conocido varios autoestopistas.


En diciembre de 2017, llegué a la tranquila localidad de Byron Bay decidida a hacer dedo durante los 1082 km que me separaban de las selvas tropicales de Cairns. Mi idea se chocó con muchos ceños fruncidos y miradas preocupadas. Una mujer que viaja sola ya es bastante difícil de digerir para algunos, pero la idea de hacer autostop por su cuenta ya resulta impensable. Hoy entiendo que lo impensable hubiese sido haber dejado que estos prejuicios se interpusiesen en mi camino.

Antes de que llegase el gran día decidí informarme. Escribí en Google todas las combinaciones posibles de las palabras "hacer dedo en Australia" y comencé la búsqueda. El primer problema parecía ser que es ilegal practicar autostop en la costa Este, dado que no se permiten peatones en las autopistas. Sin embargo, tras de leer los comentarios de algunos usuarios, determiné que esto era una cuestión de seguridad, no que los autoestopistas fuesen considerados delincuentes; por lo que a la policía probablemente miraría para otro lado siempre que me parase en un lugar apropiado y no generase disturbios. Cerca del final de mi viaje, tuve la suerte de conocer una viajera que logró confirmar mi hipótesis tras contarme su experiencia siendo detenida por la policiía en pleno intento de autoestop. "Simplemente me llevaron a una parada de autobús y me pidieron que no lo hiciera de nuevo", me dijo, riéndose de como esto significaba que le había exitosamente hecho dedo a un auto de policía.


El segundo problema era que una gran parte del camino costero carecía de civilización por millas o de señal telefónica. Aunque en aquel momento ni siquiera contaba con un plan telefónico, siempre tomaba la precaución de fingir estar hablando con amigos o familiares mientras hacía dedo sola. La idea era que si alguna vez tenía la mala suerte de subirme al auto de algun ser con malas intenciones, quizás escucharme dándole su descripción a mi supuesta madre lo hiciese pensar dos veces antes de lastimarme. Iba ser un tanto dificil pretender estar comunicandome con mi familia en zonas conocidas por no tener señal. La única forma de resolver este problema era asegurarme de no quedar varada en el medio de la nada, por lo que solo aceptaría transporte de extraños que viajasen de pueblo a pueblo.


El tercer y último problema era que los usuarios en Internet parecían no tener ningún consenso sobre qué sitios eran los mejores para hacer dedo, y esto se debía obviamente a la falta de viajeros practicando autoestop o al menos escribiendo al respecto. Decidí lidiar con esto a medida que avanzaba. Tenemos algo llamado Google Maps, por lo que la tarea no debería ser tan difícil.

Bowen. Punto panoramico al que nos alcanzo el agricultor de mangos camino a Townsville

Una vez que me sentí feliz con mi investigación, comencé a preguntarle a los otros viajeros de Byron qué opinaban sobre la posibilidad de hacer autostop por la costa este. Esperaba encontrarme con más gente que se me uniese (o quizás con la oferta de algún conductor solitario que necesitase el equivalente australiano a un cebador de mates). La mayoría de ellos no entendía de qué estaba hablando. Cuando sí entendían, sus opiniones se dividían entre aquellos que me tildaban de valiente (aunque confesaban que nunca se atreverían a hacerlo ellos mismos) y los que me acusaban de tener ganas de ser asesinada. Las agencias de información turística no fueron útiles, pero me ofrecieron alternativas. El Greyhound, por ejemplo, es un autobús que por 500USD te permite subir y bajar por la costa durante el periodo de un mes. Aunque esto hubiese arruinado mi presupuesto, consideré la opción: ¿y si el autoestop dejaba de funcionar en algún momento? ¿Y si tenía que terminar pagando pasajes individuales y gastando una fortuna por que ningún auto quería llevarme? Luego me di cuenta de que lo único que me hacía dudar de mi decisión era la ausencia de alguna viajera solitaria o usuario online diciéndome "yo lo hice, vos también podes". Alguien siempre tiene que dar el primer paso, y si esa tenía que ser yo entonces que así fuese.

El 26 de diciembre, después de pasar una hermosa Navidad envuelta en la agitada cultura hippy de Byron Bay, me levanté a las cinco de la mañana y caminé al faro de Byron con una amiga. Después de pasar unas horas observando al sol asomarse de entre las olas del Pacífico para llenar el paisaje de verdes profundos, azules y tonos rosados; caminé a la recepción de mi hostal y pedí un pedazo de papel A4. No hay consenso entre los autoestopistas sobre si es mejor llevar un cartel diciendo tu destino o no. Algunos argumentan que con el cartel solo auyenta a todos los conductores viajando distancias cortas. Otros dicen que el letrero hace que las personas que van al mismo lugar se sientan más culpables por no detenerse. Yo personalmente creo que un letrero te da más cosas con las que jugar mientras estás aburrido al rayo del sol durante las horas que te toca esperar, así que ¿qué pierdes fabricando uno?


Mi segunda preparación (además de llenar mi mochila con provisiones de agua y comida para el camino) fue dejarles saber a un par de amigos y miembros de mi familia qué distancia planeaba viajar. Les pedí que se mantuviesen alerta, y que si no aparecía en 24 horas se preocupasen. Nunca solía hacer esto cuando hacía dedo con N, pero ahora que estaba sola sentí la necesidad de ser más responsable.

Byron no es un lugar muy grande, así que solo me tomó caminar unas cinco cuadras hacía la carretera principal para encontrar un lugar donde dejar caer mi mochila y extender mi pulgar. Hace años, todavía en Argentina, solía creer que el autostop era un arte complejo y complicado que solo los escritores de mis blogs de viajes favoritos podían realizar. En aquel momento recuerdo haber leído guías de autoestop hasta el hartazgo, como si se tratase de algo extremadamente técnico. Hoy sé que los únicos consejos reales que alguien puede darte es recordar sonreír, vestirte de manera presentable, mirar a los conductores a los ojos y pararte cerca de un espacio donde los autos o camiones puedan detenerse (preferiblemente en un área donde algún obstáculo de tráfico, como una rotonda, los obligue a disminuir la velocidad). Esa mañana, me encontraba siguiendo todos aquellos consejos y aún así me sentía una idiota. Pero para mi asombro ni siquiera tuve tiempo para reconsiderar mi decisión: después de solo cinco minutos de espera, una mujer que conducía con su hija en el asiento acompañante se detuvo. Un mes después descubriría que lo que en aquel momento pareció un milagro, no era más que el tiempo promedio de espera que me esparaba a lo largo de toda la costa.


Diez minutos máximo, cinco minutos mínimo: parecía ser que la facilidad de hacer dedo en Australia era el secreto mejor escondido del país. Una vez en Brisbane ni siquiera llegué a sacar mi cartel de la mochila antes que un hombre llamado Ty detuviese su vehículo y me ofreciese su ayuda. Cuántas ganas tenía de poder volver a Byron y explicarles a todos aquellos viajeros lo equivocados que estaban, pero primero había que llegar a Cairns.

Llegar de Byron a Brisbane fue un éxito. Después de que la primera mujer me dejó cerca de la carretera, rechacé el viaje de un hombre mayor que iba un poco más al norte. "¡Muchas gracias, pero estoy intentando llegar directo a Brisbane!", le dije con una sonrisa. Eso fue todo, simplemente se alejó. La verdad era algo en mi intuición (probablemente errónea) me había dicho que no me metiera en ese auto, y ahora que había confirmado lo fácil que era decir que no sabía que no tenía de qué preocuparme. El siguiente conductor que me ofreció llevarme fue joven israelí que vivía en una de las comunidades de las afuera del Byron, cerca del famoso Rainbow Temple. Su gran sonrisa, su buena energía y el hecho de que conducía hasta Brisbane me hicieron darme cuenta de lo falso que es uno de los mitos que me había estado repitiendo como un disco rayado por años: si eres mujer, no viajes en autos donde haya solo hombres manejando. Parece tener sentido al principio, pero después de meditarlo unos segundos podemos ver que tan sexista es este comentario. Yo, una mujer de 22 años, tenía tantas posibilidades de ser un psicópata como este hombre tenía de ser una buena persona. Mientras compartíamos historias en el camino, no pude evitar sentirme culpable por haber considerado algo tan tonto. Como no había prisa, compartimos un café una vez que llegamos a Brisbane (la travesía para conseguir una cafetería abierta en pleno Boxing Day-el feriado post Navidad cuando Australia se llena de descuentos-duró tanto como el viaje mismo) y su amabilidad incluso llevó a que intentase conseguirme trabajo en el festival de Woodford antes de dejarme en la puerta del hostel.

Esta hermosa experiencia llevó a que me animase a tener como conductor a varios hombres maravillosos durante mi viaje. Algunos de ellos eran camioneros que querían que alguien les hablase durante lo que si no era un viaje solitario de varias horas, otros eran hombres de negocios que buscaban escapar de su rutina. También hubo ancianos y hombres jóvenes. Sin embargo, me di cuenta de que la mayoría de estos hombres tenían algo en común: eran padres.

Padres que me dijeron diferentes versiones de "normalmente no hago esto, pero si mi hija hiciera autostop, me gustaría que un tipo como yo fuese su conductor". Todos estos hombres tenían mujeres en sus vidas que amaban, y se habían apresurado a ayudarme porque temían que de no hacerlo mi vida terminaría en manos de la persona equivocada. Tengo que preguntarme entonces, ¿sentirían lo mismo si yo fuese un hombre o se encogerían de hombros y pensarían que probablemente estaría bien porque supuestamente puedo protegerme solo? Esto me llevó a la conclusión de que hacer autostop como mujer tiene más ventajas que hacerlo como hombre. No solo es menos probable que las personas consideren riesgoso dejarte entrar a su auto, sino que los conductores también sienten un sentido de responsabilidad de ayudarte de la misma manera en que les gustaría que sus seres queridos recibiesen ayuda.


Volviendo a los maravillosos padres australianos que me ayudaron en mi viaje, me gustaría compartir con ustedes la historia de Vince. Él y su hija Natalie me recogieron mientras intentaba llegar desde Noosa a Seventeen Seventy. Iban camino a dejar a su perro en el cuidado de uno de sus primos, con planes de regresar a Bundaberg y eventualmente a Brisbane. Vince y Natalie mostraron extrema generosidad ofreciéndome un almuerzo en la ciudad de Childers, donde compartimos una deliciosa hamburguesa con papas fritas (demasiadas papas fritas para ser sincera). Pero como si esto no fuera suficiente, terminaron desviándose casi 300 km a través de una tormenta eléctrica para asegurarse de que llegase a la ciudad de Rockhampton. Aparentemente no había comprendido qué tan en la mitad de la nada el pueblo de Seventeen Seventy se encontraba, con la mayoría de los caminos que lo rodeaban careciendo de señal telefónica. Vince incluso llegó a comprarme una noche en un hotel, solo para asegurarse de que estuviese a salvo. Es sorprendente cómo la gente levanta las cejas cuando les cuento esta historia. "Entonces ... ¿qué quería?" preguntan anticipando la parte en la que este hombre bueno de repente se convirtió en un pervertido. ¿Es realmente tan difícil de creer que haya gente dispuesta a mostrar bondad hacia un extraño solo porque le gustaría que alguien hiciese lo mismo por sus seres queridos? Estamos tan acostumbrados a que nos repitan cuán peligroso puede ser el mundo que a menudo nos olvidamos de recordar que también hay personas amables viviendo sus vidas, dispuestos a darnos una mano cuando más la necesitamos. A través de esa espantosa tormenta y durante aquel largo día en la ruta, nada más podría haber pedido que la cálida compañía que Vince y Natalie me brindaron. ¿Hubiera logrado alguna vez terminar mi viaje sin la ayuda de estos dos hermosos héroes? No tengo forma de saberlo, pero supongo que no.

Por otro lado, también recibí ayuda de varias mujeres. Todas provenían de diferentes realidades y variaban en sus edades. La mayoría eran ex-viajeras, pero lo que todas tenían en común es que contribuyeron de manera personal a mi viaje. Riana, que me recogió rumbo a Noosa, era una joven residente del pueblo hace doce años (a pesar de en ese momento estar viajando a pasar las vacaciones más al norte). Trató de ponerme en contacto con tantos locales como pudo para asegurarme de que pasase un buen año nuevo y me llenó de consejos de fotografía durante todo el camino. Jo y su esposo Peter, una pareja de abuelitos que se habían conocido pasados los cincuenta años, detuvieron a otro conductor antes que consiguiese terminar de bajar las cosas de su auto. "¡Esta es una buena chica! ¡Llévala!" gritaban como locos mientras yo moría de la vergüenza. Así fue como terminé en el auto de Sheila, una hermosa mujer aborigen que compartió conmigo las luchas de su gente. "Nunca antes había ayudado a un autoestopista, ¡qué divertido es esto!" se reía mientras continuábamos compartiendo historias rumbo a Noosa.


La mayor parte de la costa Este de Australia está compuesta por pequeños pueblos. Byron Bay, Noosa, Airlie Beach, Mission Beach; son todos pintorescos lugares rodeados por naturaleza a los que es fácil entrar y salir. En estos casos (excepto en Mission Beach, donde mi amigo Luke tuvo la amabilidad de ofrecerme un aventón hasta la ruta), todo lo que tuve que hacer antes de extender el pulgar fue caminar un par de cuadras rumbo a la salida. Las ciudades son otra historia. Brisbane, Rockhampton, Townsville: estos lugares son más grandes y resulta más complicado salir de ellos. Mi método en todos estos casos fue tomar un autobús hasta un punto al azar en el mapa lo más cerca posible a la autopista y caminar hasta encontrar un lugar donde los autos pudiesen frenar (todavía adentro de la ciudad). En Brisbane, tuve la sorpresa de descubrir que los autobuses eran gratis ese día. En Rockhampton, el conductor me regaló un koala de juguete y me llevó a lo que él consideraba el mejor lugar: una parada de camiones cerca de un supermercado (que funcionó perfectamente). En Townsville, junto a una amiga tomamos un autobús para luego caminar casi seis kilómetros hasta que encontramos un lugar razonable. Lo importante para recordar es que siempre que se esta en la ciudad el primer viaje es el más difícil de obtener, pero una vez que frena el primer auto lo para cuando te bajes probablemente ya te encontrarás fuera de la urbe donde todo es más fácil.

¿Es mejor hacer autostop sola o acompañada? En Australia llegué a hacer ambas cosas. Una tarde le comenté a mi amiga Teela, una canadiense que conocí en Airlie Beach, “hoy quería hacer dedo, pero la resaca no me lo permite” solo para darme cuenta que ella había tenido el mismo problema. A partir de ese momento decidimos compartir la ruta, y viajamos juntas desde Airlie a Townsville, y de allí a Mission Beach. Incluso logramos hacerle autostop a uno de los barbie-cars que todo el mundo alquila en Magnetic Island en nuestro camino al hostal. Aunque hacer dedo sola fue una experiencia emporedadora, cualquier cosa que hagas con un amigo es más divertido. No solo se crea una ilusión de seguridad, sino que todas esas aventuras de repente cobran más sentido cuando tienes a alguien con quien compartirlas.


Nuestro conductor más memorable fue un agricultor de mangos, que llevaba cientos de frutas en la parte trasera para vender en el mercado de Air, rumbo a Townsville. El hombre nos dio una vuelta por Bowen, nos llevó a ver algunas bonitas vistas y nos llevó una imagen (muy pobremente enmarcada) de nosotros dos con la atracción Big Mango. Dudo que esa foto hubiese sido igual de cómica si Teela no hubiese estado compartiendo aquel momento conmigo.

Hasta ahora, todo lo que este artículo ha comunicado es que hacer autostop por la costa Este de Australia, a pesar de que todos dijeron que era una mala idea, resultó ser una tarea extremadamente fácil de completar. No solo me permitió conocer gente maravillosa (ojalá llegase a mencionarlos a todos), bañó mis días en aventuras y me llevó a disfrutar paisajes que de otra manera hubiesen sido ignorados tras el cristal de un colectivo. Incluso conseguí una amiga para acompañarme durante el último tramo. "¿Tuviste alguna mala experiencia? " Creo que a la gente le encanta hacer esta pregunta porque les resulta difícil justificar por qué no fueron ellos también lo suficientemente valientes para intentar esto. Simplemente no puede ser tan perfecto, ¿verdad? ¿Dónde está todo el peligro y el mal del que somos advertidos constantemete?


Siendo sincera, tuve una sola mala experiencia en un mes de hacer autostop y fue la siguiente. Estaba camino a Airlie Beach después de pasar la noche en Rockhampton (gracias a mi héroes Vince y Natalie) en la entrada del pueblo de Mackay. El automóvil que se detuvo tenia de conductor a un chico joven, apenas la misma edad que yo, que me ofreció llevarme hasta la autopista. Hice un juicio (incorrecto) basado en su apariencia y decidí subir al auto. Una vez que cerré la puerta, me di cuenta de que en el asiento trasero tenía un cuchillo. "Eso es solo para matar cerdos" me dijo, y estoy segura que no estaba mintiendo por que eso es lo que hacen en el campo, pero digamos que no es lo que uno quiere ver al subirse al auto de un desconocido. "Entonces ... ¿estás soltera?" En el momento en que hizo este comentario supe que iba a tener que ser firme. Le dije que tenía novio, lo cuál era verdad, y al mirar mi celular (el viejo truco de pretender mandar mensajes) me di cuenta que estábamos yendo en la dirección incorrecta. "Te llevo a conocer mi pueblo, tengo una casa muy linda" me dijo, a lo que le respondí que deseaba que lo llevara al lugar acordado. Este es el tipo de situaciónes para las que uno puede prepararse mentalmente lo más que quiera, pero cuando llega el momento nadie sabe cómo uno va a reaccionar. Para mi suerte, descubrí que a la hora de tratar con un potencial violador, no entré en pánico ni tomé acciones extremas como saltar del auto. En cambio me mantuve firme y decidí que yo también podía hacerlo sentir mal con las palabras correctas. Yo podía retomar control de la situación. El chico comenzó a intentar tomarme desde el asiento del conductor, pero removí su mano instantaneamente. Me mantuve firme y le dije con mucha decepción: "Escuchame Michael, llevo un año y medio haciendo dedo y jamás me crucé con un pervertido. ¿Tenes ganas de ser el primero?". "No" respondió, bajando la cabeza. "Bueno, entonces comportate y llevame a la ruta como me prometiste". Y, para mi sorpresa, así lo hizo, no sin antes comentar que nadie iba a recogerme y que probablemente sería violada. Así que ahí tienes a Michael del pueblo Mackay, ahora eres el único pervertido en los 1082 km de esta hermosa historia.


Irónicamente, mi próxima conductora fue Heather, una feminista que trabaja en una clínica de abuso doméstico en Townsville y que solía tener su propio hostel cuando era joven. Ella se aseguró que llegase sana y salva a Airlie Beach, incluso saliéndose 20km de su camino para alcanzarme a la calle principal, y no hace falta aclarar que no nos faltaron temas para conversar durante todo el camino.

Así concluye el relato de la travesía de este pulgar solitario por la costa este de Australia, durante el cual me encontré con prejuicios y mitos que combatí uno por uno. Tras un mes de viaje llegué a Mission Beach con tres días antes de tener que comenzar la retirada hasta Sydney. Pero aunque alcanzaba el tiempo para completar mi meta, elegí pasar aquellos días con Teela explorando las junglas de Mission Beach.


Muchos me llamaran valiente, muchos me llamaran loca, a mi me cuesta no creer en la bondad del Universo con toda la generosidad que recibí en este viaje. Si bien durante un año viajando a dedo con mi compañero N repetí como un disco rayado que jamás me animaría a hacerlo sola, ahora que lo hice no dudaría en repetir la experiencia. Es verdad que el mundo esta lleno de gente mala en todos lados, pero al creer esto no debemos olvidarnos que también esta lleno de gente buena, dispuestos a detener su auto, extender una sonrisa y, a partir de ese momento, convertirse en un nuevo capítulo de esta aventura que es viajar.

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