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RECUERDOS DE URUGUAY [Colonia & Montevideo]

  • Foto del escritor: Micaela Chutrau
    Micaela Chutrau
  • 2 abr 2017
  • 6 Min. de lectura

Llegue a mi pais vecino sin ninguna expectativa, sin esperar sorprenderme, sin más motivacion que el dar el primer paso para dejar atras la Argentina y sus agotadoras rutinas. En mi mente solo habia recuerdos vagos del glamour plastico de Punta del Este, el saber que de pequeña había visitado Montevideo y no mucho más. Sentado al lado mio en el Buquebus de las 10 de la noche, N repartía las cartas y miraba por la ventana emocionado por tocar tierra en lo desconocido. Yo mientras, trataba de bajar sus expectativas prometiendole un lugar muy similar a la Argentina e insistiendo que en una semana ya nos encontrariamos en Brasil. Poco sabria yo que un mes después todavía estaría hospedandome en la costa uruguaya, enamorada del país, su gente y su cultura.

COLONIA DEL SACRAMENTO

Llegamos a Colonia del Sacramento agitados por el viento que acunaba el barco en la mitad de una tormenta, y caminamos en la oscuridad por esas calles del siglo pasado para encontrar el hostel. Dejamos nuestras cosas y nos cruzamos al bar artesanal de al lado para brindar por el comienzo de esta nueva aventura, que no era mía ni de él; si no que nuestra. A la mañana siguiente la cantidad de movimiento en nuestro cuarto nos vio despiertos a las 8 de la mañana, y tras unos bocados del desayuno nos dispusimos a caminar hacia la Ciudad Vieja, que hoy en dia es patrimonio de la UNESCO.

Colonia es un lugar paralizado en el tiempo, victima de guerras entre los españoles y portugueses intentando colonizar Uruguay; caminar por sus calles es acceder a un siglo olvidado. Pasear por los acantilados, intentar escalar las cadenas que sujetaban la entrada de la ciudad vieja, abrazar los cañones que ya no disparan balas, oler las flores que brotan de los autos viejos eternamente estacionados en las veredas de piedra: no había llegado el mediodia y nuestros pies ya habian explorado todo. Colonia es un sitio para abrazar la tranquilidad, ideal para pasar un rato en pareja o meditar un poco luego de una gran ciudad; no ideal para comenzar un viaje o buscar aventuras. Los hostels entre sus sugerencias de actividades proponen "ir a mirar el atardecer", un evento tan bello como en cualquier lugar del mundo, pero sin duda una pista de las pocas verdaderas actividades que se pueden realizar. Pero esto a veces solo lleva a uno a ingeniarselas para tener un poco de diversión: nuestro resultado fue bautizar una perro de pelaje negro con el nombre Luna y pasearla por horas por la costa. Nos acompañó incluso a investigar la cultura de los nuevos Grow Shops que comienzan a aparecer por Uruguay. Varios argentinos nos confesaron haberse mudado al país vecino solo para dedicarse a cultivar mariguana, disfrutar de la tranquilidad y compartir este fenómeno.

Cuando llegó el atardecer, caminamos hasta al muelle para aplaudir la puesta con el resto de los habitantes del pueblo. El sol se escondió lentamente en las olas y detrás nuestro escuchamos los aplausos: todo Colonia estaba festejando el espectáculo, las sugerencias del hostel al parecer no habían mentido. Era el final de un día con pocos eventos y una tranquilidad quizás excesiva para arrancar un viaje. Pero quizás era mejor descansar y juntar fuerzas para el día siguiente: por la mañana nos encontraríamos cara a cara con la ruta y la magia de extender los pulgares por primera vez.

MONTEVIDEO

Ya con cinco meses de viaje encima es normal que me pidan comparar lugares. El mejor paisaje, el mejor cielo estrellado, la mejor vida nocturna, el lugar más barato...pero cada vez que me hablan de ciudades extrañas tengo que hablar de Montevideo. No se si fue la manera en la cual sus negocios siempre parecían cerrados, los mates y termos caminantes bajo el sol de 35·C, la feria llena de tarántulas y tortugas de los domingos, lo relajada que parecía su gente en pleno centro durante un día de trabajo, o la cantidad de personas con los ojos locos vagando las calles por la noche. Fue alguna de estas cosas o una combinación de todas lo que moldeó mi opinión, pero la realidad es que Montevideo es una ciudad con mucha personalidad.

Llegamos de manera poco convencional, traidos por un remisero que había venido a buscar a uno de sus clientes y llevarselo de vuelta para Colonia. Celebrábamos entonces nuestro primer viaje a dedo de mano de la RUTA 1, nuestra primera vez probándonos el cartel, el pulgar y la sonrisa; nuestra primera vez experimentando lo que es estar varado en el medio de la nada, que en este caso era el campo uruguayo, pidiéndole un par de ruedas al Universo. Así, tras una interminable caminata por la ciudad terminamos en un hostel a un par de cuadras de la parte vieja listos para absorber la ciudad.

Una de las primeras actividades que realizamos fue sumergirnos en la feria de todos los domingos. Cuando uno ingresa una feria callejera tiene las expectativas puestas en ver pulceras (que le recuerdan a las pulceras de otras ferias), cuadernos con mandalas, cuadritos de la ciudad en la que se encuentra y alguna remera con la foto de los Simpsons estampada. Grande fue mi sorpresa y la de N, cuando en los stands comenzaron a aparecer jaulas con perros, torres de peceras con peces de colores, tortugas con caparazones de patrones psicodélicos y hasta un par de tarántulas vivas que se vendían en cajas plásticas de sandwiches. ¿Seguíamos en Uruguay o nos habíamos transportado a alguna dimensión del Asia? Los animales pronto se convirtieron en libros en los interminables stands admirados por la masa de gente que paseaba con los termos bajo el hombro y el mate en los labios; se redujeron a artículos normales de feria, se metamorfizaron a todo tipo de aromas y comidas; y finalmente se derritieron hasta chucherias antiguas y partes de metales presentadas en cientos de mantas sobre el suelo de cemento.

Otro día optamos por el Free walking tour, que comienza en la Plaza de Independecia (desde donde podemos apreciar la arquitectura del Palacio Salvo) y nos pasea por la parte vieja de la ciudad. De la mano de nuestro guía, un uruguayo relajado que nos habló sobre como el Uruguay tiene más vacas que personas; conocimos el Teatro Solís, diferentes monumentos, el Banco Nacional y otras cosas. Nada especial, puntos que probablemente se podrían traducir a cualquier otra ciudad, pero que aún así es entretenido recorrer con la narración y los chistes de un experto en el fondo. Haciendo caso a mi adjetivización de "extraña", la casa presidencial de Uruguay parece más un edificio de oficinas por sus paredes vidriadas, mientras que el Palacio Legislativo parece justamente un palacio. Bajo la sombra del verde en la Plaza de Cagancha ocurrió una anécdota: un canal de televisión local decidió entrevistarme a mí y a otra chica sobre por qué habíamos decidido viajar por Uruguay. Sin dudarlo compartí la historia de aquella tarde en la costa del barrio de San Isidro N me había preguntado qué era aquella ciudad del otro lado del río. "Es Uruguay" le contesté. "Esta re cerca, ¡vamos ya!" Me dijo entusiasmado, y eso fue lo que un par de semanas después hicimos. Qué distinta era la idea que tenía de este país en aquel entonces. El guía también nos habló de la legalización de la mariguana: en el Uruguay esta prohibida la venta pero no obsequiarla o cultivarla, y los locales tienen permitido contar con hasta 40gramos por mes de esta substancia. Esto lleva por supuesto a cientos de agujeros legales, como los Grow Shops en los que te ofrecen vender unos papelillos para armar a un precio de 700URU (precio turista) que viene de regalo con un par de flores.

Al día siguiente nos aliamos con un par de amigos para caminar hasta el famoso cartel de Montevideo por La Rambla. El paseo se convirtió en una batalla contra el viento y las nubes grises de Noviembre, compartir un par de cigarrillos admirando el mar enfurecido y trepar las letras del cartel para la foto. Nuevamente, nada especial, pero con la compañía correcta cualquier programa resulta divertido.

Tampoco faltó el día en el que no dejamos el hostel. ¿Cuál fue tu lugar favorito? Otra pregunta común a los viajeros de largo plazo. Se contesta generalmente con otra pregunta: ¿por el lugar o por la gente? La realidad es que puedo hablarles de Montevideo por horas, pero probablemente no estaré mencionando su historia ni bella arquitectura, si no más bien las personas con cuyos caminos choqué ahí. Juntos compartimos historias, clases de salsa, bowling, cervezas, caminatas por el viento de la costa y días enteros refugiados de la lluvia de Noviembre en algún rincón del patio del hostel. Y de eso se trata viajar (como ya lo he repetido millones de veces), no es sobre sacarle una foto a todos los puntos que menciona la guía de viaje, es sobre compartir con personas de todo el mundo. Extraños que tras un click se convierten en amigos, amigos que convierten a los días en aventuras y a los lugares en anécdotas eternas..

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